Pequeños colosales avances médicos
Sí, desde luego: Small is beautiful. Y, además, de enorme utilidad…
En su edición más reciente, la revista Nature Nanotechonology refiere la hazaña de un equipo científico catalán que ha logrado reducir con nanorobots autopropulsados hasta un 90% de los cánceres de vejiga –la cuarta enfermedad letal en el sexo masculino- que hasta ahora se trataban con medicamentos después de la extirpación del tumor.
Con limitada eficacia, por cierto, porque suelen reaparecer en un plazo de cinco años y exigen además un costoso monitoreo, que los especialistas del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona, el Instituto de Bioingeniería de Cataluña y la Universidad Autónoma de Barcelona proponen reemplazar con minúsculos vehículos capaces de aproximarse al epicentro del tumor, haciendo realidad la ficción de El Viaje Fantástico, el film ya clásico de Richard Fleischer.
Imposible no evocar aquella fascinante película de 1966 donde un equipo de cirujanos se desplazaba en un submarino por el sistema sanguíneo de una personalidad víctima de un derrame cerebral, para disolverle el coágulo fatal con un laser potentísimo, sorteando peripecias tan insólitas como un ataque de leucocitos en su papel defensor contra el objeto invasor, un ventarrón apocalíptico mientras surcaban los pulmones y, desde luego, el suspense que devolvía a los viajeros –!incluida la monumental Rachel Welch!- a su tamaño original, a bordo de una lágrima, en un angustioso final digno del estupendo culebrón.
Ahora, precisa la revista, los nanorobots inyectados en ratones de laboratorio, son esferas de sílice que funcionan a base de una ingeniosa mezcla de urea, que las impulsa, y yodo radiactivo que enfrenta el tumor. Con resultados sorprendentes que aliviarán el sufrimiento de los pacientes, obligados en la actualidad a innumerables citas médicas, con el lógico ahorro en los gastos de hospitalización.
Y por si quedase alguna sobre las virtudes del enanismo, la misma publicación ha registrado otro proyecto, esta vez de un vasto equipo de investigadores chinos, de combatir la tuberculosis con una terapia fototérmica de nanopartículas inoculadas con laser por vía intravenosa, que suprime los inconvenientes del tratamiento convencional del flagelo bacteriano más grave que planea sobre nuestra civilización.
Sobre todo desde que la globalización sacó la enfermedad del subdesarrollo y, le dio alas, literalmente, para que expandiera su garra maléfica, a despecho de la esperanza que los antibióticos introdujeron a mediados del siglo pasado.
La costosa quimioterapia que demanda un prolongado tratamiento, ayudó, desde luego, a reducir el problema, pero la alternativa de fármacos encapsulados a base de polímeros macrófagos biodegradables va imponiéndose gracias al esfuerzo de laboratorios a lo ancho del planeta.
Mientras tanto, en la Universidad de California, el doctor Alusson Muotri ha lanzado mini-cerebros al espacio en naves de la NASA para verificar que la microgravedad enriquece la comprensión del desarrollo cerebral.
El joven investigador estudia cerebros en miniatura, derivados de células madre humanas que exhiben oscilaciones neuronales espontáneas y ondas cerebrales rudimentarias, con tanta fidelidad al desarrollo del cerebro humano, que sirven como modelos para estudiar la enfermedad de Alzheimer y la demencia.
Sólo que una larga espera demora las respuestas que la comunidad científica y la humanidad en general aguardan con impaciencia y, entonces, misiones espaciales de la NASA son enviadas para experimentar la microgravedad y acelerar la maduración. Que es exactamente lo que ocurre al regreso, permitiendo quemar etapas en la comprensión de los procesos de envejecimiento neuronal.
Diez años largos pasaron, refiere THE SCIENTIST, antes de que el auto-financiamiento del doctor Muotri diera paso a subvenciones de agencias oficiales y privadas para misiones usualmente mensuales, continuadas con análisis histológicos y genéticos de los organoides, que han sufrido transformaciones y exhiben señales de senescencia.
Se estima, afirma, que un mes en la estación espacial que hace las veces de una incubadora equivale a entre diez y treinta años en la Tierra y que mediante este procedimiento, sería posible observar la presencia de índices del Alzheimer y emplear los organoides para detectar la terapia más idónea.
Y como se trata de un territorio absolutamente inédito, se está a la espera de un código ético que fije límites a la voluntad humana de rebasar las capacidades del cerebro, porque la pregunta clave es si han alcanzado los organoides cerebrales un nivel de conciencia en el que son conscientes de sí mismos y, de ser así, cuál es su status moral.
Varsovia, marzo de 2024.
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