Paul Watson, guardián de ballenas
Prisionero en Groenlandia desde mediados de julio, el combativo Paul Watson, fundador de la ONG Sea Shepherd protectora de los océanos, permanece tras las rejas mientras un tribunal decide su extradición al Japón; la consecuencia de una orden de arresto internacional lanzada hace doce años, acusándolo de los daños causados a un barco nipón que faenaba en aguas costarricenses en el curso de una operación para proteger a las ballenas que la nación asiática perseguía, y sigue persiguiendo, de manera ilegal desde la moratoria decretada en 1986 a su cacería comercial.
Nacido en Toronto hace 73 años, Watson ingresó al servicio de Guardacostas canadiense a bordo de un navío de búsqueda y rescate y en 1969 inició su carrera ambientalista en el grupo Sierra Club, génesis de Greenpeace, que protestaba contra las pruebas nucleares en Amchitka, una de las islas Aleutianas al sudeste de Alaska.
Primero como tripulante y después como capitán, intervino en sucesivas operaciones navales de la famosa organización y tuvo su bautizo de fuego en 1975, interponiéndose entre una flota ballenera soviética y una manada de cachalotes en acción que signaría para siempre su existencia.
Expulsado de Greenpeace en 1978 tras denunciar el presunto interés publicitario de una campaña a favor de las focas, fundó Sea Shepherd con métodos tan rudos como el bombardeo e incluso el abordaje de los navíos que garantizaban el necesario impacto mediático, hasta devenir protagonista de una serie televisiva en el Discovery Channel, mientras extendía su preocupación a otras especies igualmente amenazadas, con sociedades como los Amigos del Lobo, y alcanzaba celebridad entre los conservacionistas más influyentes del planeta.
Con la fama comenzaron entonces sus problemas judiciales, traducidos en carcelazos que, antes de quebrar al incómodo guerrero, reforzaron su militancia. Pese a tropiezos como el que reportó PLANETA VITAL (enero 2018), cuando tecnología militar desplegada hasta en zonas como el santuario de la Antártida hizo prácticamente imposible la intercepción de los balleneros nipones que en una década había salvado a más de seis mil ejemplares. Un retroceso que el OBSERVER londinense calificó de dramático porque, al mismo tiempo, se había logrado equiparar legalmente el acercamiento hasta quinientos metros de los navíos a un acto terrorista.
También tuvo que escapar de Islandia, acosado por el último de los pescadores industriales del país; llegó en 2008 a relativizar la muerte de tres marineros en el choque de su embarcación con la Guardia Costera canadiense, aduciendo que la masacre de millares de focas era una tragedia aún más lamentable, y al año siguiente denunció que el gobierno de Australia le hubiese negado el visado.
Ahora, recluso en Groenlandia, Watson denuncia la vetustez de la orden emitida por Japón y con su histrionismo proverbial aprovecha para ganar adeptos a la causa expuesta en varios de sus libros desde 1981, propiciando el respeto mundial por esos monstruos descomunales y las iniciativas ambientalistas más variadas para preservar su majestuosa presencia en el planeta.
Como tótems de fraternidad universal.
Varsovia, agosto de 2024.
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