Icebergs para los pueblos sedientos
Saciar a los pueblos sedientos con el agua contenida en los bloques enormes que el calentamiento global va desprendiendo de las capas polares, es lo que propone el libro Cazando Icebergs de Matthew Birkhold, un autor multifacético, que concentra la atención y las críticas de científicos y ambientalistas.
Vale decir una operación a escala masiva, porque si está usted dispuesto a pagar los 107 dólares que cuesta un envase de 750 mililitros puede ya trasegar en las principales capitales del mundo el agua polar Svalbaroi, de prístina pureza, embotellada en un remoto archipiélago de Noruega; o esperar a que llegue a los bodegones de alguna república socialista sudamericana, para rememorar otros tiempos, más felices, cuando se importaba agua de los fiordos escoceses para autentificar el whiskey que entonces era la bebida nacional…
Es una obra digna de este joven profesor de leyes y humanidades, especializado en literatura germánica, que trabajó como fiscal-asesor del Departamento de Estado de los Estados Unidos y es ahora profesor asociado en la Universidad de Ohio, mientras colabora en el New York Times, el Washington Post y las revistas The Atlantic y Foreign Affairs con temas que van desde el embarazo bajo la legislación prusiana, la complicidad entre Hollywood y la CIA hasta la propiedad cultural de los indígenas norteamericanos.
Lo novedoso de su planteamiento es la escala- porque el empresario Ed Kean comercializa desde hace tiempo las aguas de Qaamaaq, el pueblo más septentrional de Groenlandia, para cervecerías y fabricantes de cosméticos- pues según informe de las Naciones Unidas, alrededor de 2.300 kilómetros cúbicos de hielo de la Antártida se funden anualmente en los océanos y Birkhold calcula que bastaría un iceberg de 113 millones de toneladas para suplir la quinta parte de las necesidades anuales de una ciudad como Cape Town, de cinco millones de habitantes.
Es, por supuesto, una idea provocadora que, como admite el mismo autor, tropieza con el escepticismo de la sociedad científica, donde algunas voces denuncian que Birkhold soslaya alternativas que son ya moneda corriente. Como la cosecha de niebla en regiones remotas de Chile, Marruecos y Sudáfrica o iniciativas para reducir en muchas regiones la necesidad de agua e incrementar la eficacia de su empleo.
Otros, en cambio, se muestran favorables. Como el marino Nick Sloane, propulsor del proyecto a un costo total de 150 millones de dólares, que se propone detectar con un satélite la pieza más idónea, capturarla con una gigantesca red y transportarla por las procelosas corrientes de esa región hasta Sudáfrica.
O, siempre según la revista NATURE, la compañía berlinesa Polewater, que trabaja desde hace una década para acarrear agua fresca en gigantescas bolsas plásticas a la costa occidental de Africa y las Antillas, o el inventor Abdullah Alshehhi, que proyecta reemplazar con agua de los icebergs antárticos la desalinización que es ahora vital para los Emiratos Arabes Unidos, su país, y costosísima porque la energía proviene de combustibles fósiles y contamina los océanos con los desechos salinos.
Pero, en definitiva, se trata de una propuesta digna de estudio si se consideran las colosales cantidades de agua de los icebergs que ahora se pierden, la escasa legislación que se ocupa del asunto y la sed en aumento de una población que no cesa de crecer y sólo tiene como alternativas la emigración y el desarraigo.
Varsovia, febrero de 2023.
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