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Era inevitable y desde luego es bienvenido que la agudización de la crisis en Ucrania propiciase que dos de seis films documentales en competencia por los premios Oscar abordasen el conflicto bélico que parece eternizarse: uno, ganador en la categoría, sobre la tenaz resistencia del líder opositor Alexei Navalny, encarcelado por el presidente Putin, y otro, Una casa llena de astillas, tan duro y emotivo como debe ser el cine testimonial digno de su nombre, en torno a los niños víctimas de la invasión rusa que sobreviven en un albergue en el oriente del país.
Otras dos películas en corto y largo, ambas hindúes coincidencialmente, enfocaban el tema de la interacción armoniosa entre hombres y animales.
El primer premio de largometrajes fue para Los Susurradores de Elefantes, de la directora Kartiki Gonsalves sobre el vínculo entre Bomman y Bellie, una pareja de mediana edad, y Raghu, un bebé elefante huérfano, en el parque nacional Mudumalai del estado de Tamil Nadu, que va más allá de la simple anécdota para revelar sus raíces en la cultura y el espíritu conservacionista de la India.
Cinco años de paciente labor permitieron a la cineasta de 37 años redondear un documental de impactante plasticidad y profunda carga emocional, rozando a veces el melodrama, de la relación surgida entre los humanos y la pequeña bestia, afectada por el cambio climático y la reducción del espacio vital para los colosales elefantes, responsable de la muerte por electrocución de la madre del pequeño héroe, igual que otros 550 ejemplares anualmente, pero, así mismo, del ex marido de Bellie, agredido por un paquidermo.
Hindú es también Todo lo que respira de Shaunak Sen, galardonada en los festivales de Sundance y Cannes y candidata al Bafta británico; la ejemplar historia de dos hermanos que han consagrado las últimas décadas a rescatar el milano negro, una especie víctima de la pertinaz contaminación ambiental de la capital.
No son precisamente animales hermosos o delicados los que Mohamad Saud y Nadeem Shehzad atienden en el garaje de su casa de Delhi aunque si considerados en la enorme ciudad por su función carroñera, cuyas evoluciones fueron registradas por Sen durante tres años con la misma minuciosidad con que había seguido a los habitantes de la megalópolis en una película anterior, Ciudades de Sueño.
Sen presenta ahora otra fauna, animal, de larvas, palomas, chivos y ratas que con los milanos luchan por sobrevivir a la contaminación junto a los humanos en los arrabales miserables, y el trabajo infatigable de los hermanos, uno veterinario y otro agente del financiamiento que exige una agotadora misión que, inexorablemente, acusa los golpes de una sociedad de creciente pugnacidad interracial para rebasar lo meramente ecológico e hincarle el diente a la tumultuosa vida de la India de nuestros días.
Sólo hay que lamentar que una edición de los Oscar tan marcada por el ambientalismo dejase de lado la candidata de Polonia, que señala el regreso de Jerzy Skolimowski –con la coproducción italo-polaca IO, las vicisitudes de un burro circense vistas desde la propia mirada del sufrido animalito; una dura experiencia del veterano director por las rutas de Europa que recoge episodios de violencia, bondad y solidaridad en un escenario que algunos comentaristas asocian a las viejas pinturas del Bosco y el viejo Bruegel.
Una historia agridulce inspirada en el inolvidable Baltassar del maestro Bresson, que recibió el Premio del Jurado en Cannes y seis más de los críticos de su país, que nos brinda la ocasión de comprobar frescura y energía en el director que ya frisa los 85 años y alguna encarnó la rebeldía y la provocación del cine de la época socialista en las pantallas mundiales.
Winterthur, marzo de 2023
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