Waterloo siempre es noticia
Quince miembros humanos, siete esqueletos equinos y los restos de una vaca son el hallazgo más reciente de las excavaciones que nunca cesan en el campo de batalla de Waterloo, donde Napoleón mordió el polvo el 18 de junio de 1815.
Cerca de la granja del monte Saint-Jean, donde el duque de Wellington instaló su hospital de campaña, uno de los sitios que presenció los combates más encarnizados de un cuarto de millón de hombres de casi todos los países europeos, los arqueólogos también localizaron cajas con municiones en sus envoltorios de cuero, corroídos por la intemperie.
Sólo una muestra muy reducida de la macabra rutina cuando callaban los cañones, de recuperar los uniformes, las prótesis de oro y las condecoraciones de los caídos, cavar fosas comunes, sacrificar los caballos moribundos y recobrar fuerzas con un magro refrigerio hasta la siguiente matanza, sacadas a la luz con las pesquisas iniciadas en la fecha bicentenaria de 2015 para despojar la batalla de la especulación literaria que alcanzó su cúspide con la crónica de Los Miserables.
Cuarenta mil cadáveres (¡83 infelices por segundo desde que la artillería tronó a las 11.15 de la mañana hasta la huída del Emperador hacia París, mientras el sol declinaba!) cuya ausencia intrigaba a los historiadores. Fue el doctor Tony Pollard, del Centro Escocés de Estudios de Arqueología de Guerra y Conflictos de la Universidad de Glasgow, quien reveló que una parte de los desechos se comercializó como fertilizante para la industria azucarera en Bélgica e Inglaterra.
Porque el auge del Imperio coincidió con el cultivo de la remolacha para reemplazar el azúcar de caña antillano, sin que existiese el formidable recurso que más tarde significaría el guano de las Islas Galápagos, y explica la presteza y eficiencia con que se desarrolló el negocio de la copiosa materia prima de las Guerras Napoleónicas, cifrada por algunos historiadores en casi siete millones de víctimas.
Según PLANETA VITAL (octubre,2022) alrededor de 42 toneladas de huesos humanos y animales ingresaron por el puerto de Hull a los potentes molinos de Yorkshire, que los granulaban y enviaban al mercado agrícola para revigorizar los sembradíos.
La abundancia y la calidad de la materia prima, mezclada con mandíbulas molidas de ballenas, prolongó su importación, en especial desde Hamburgo, incluso después de la aparición de los superfosfatos y el guano del Perú, con la lógica existencia de una red de agentes comerciales y proveedores locales, contentos de deshacerse de la basura sepultada en sus terrenos.
Y resulta irónico que los huesos de aquellos pobres diablos terminasen fecundando las lozanas campiñas inglesas para endulzar el té de la reina Victoria y consolidar el pérfido adversario contra quien se estrelló siempre el corso aventurero.
Varsovia, septiembre de 2024.
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