Un meteorito se aproxima
Que la Agencia Espacial Europea haya aprobado la nueva misión Comet Interceptor para orbitar en el espacio un artefacto sin ningún objetivo concreto y listo para emboscar cualquier visitante inesperado del sistema solar o incluso de otras galaxias, hace sospechar que las autoridades científicas manejan informaciones del riesgo creciente de un tortazo apocalíptico para el planeta, vedadas al ciudadano ordinario.
Precisamente, hace tres meses, PLANETA VITAL se paseó por el Centro de Estudios de Objetos Próximos a la Tierra (CNEOS) dependiente de la NASA, en Pasadena, cuya única misión es prevenir la total aniquilación de la raza humana en la eventualidad de tropezar con una objeto espacial; el medio millar de meteoritos de un tamaño de un metro en promedio que golpean cada año sin consecuencias, las decenas de millones de rocas de cinco metros que chocan cada lustro o el millón de rocas superiores a veinte metros, cada medio siglo, suficientes para acabar con nuestra civilización.
Y es que si bien la posibilidad de colisión pareció siempre remota, el monumental impacto del cometa Shoemaker-Levy 9 contra Júpiter en 1994 convenció a la NASA de la seriedad del problema y comenzaron a barajarse acciones susceptibles de competir con las películas de Hollywood: desviándolos mediante cohetes o modificando su trayectoria con un robot que los ahuecaría como un queso gruyere; vaporizándolos con lasers gigantescos para sacarlos de la órbita terrestre, o derritiéndolos con lentes y espejos que concentrarían la luz solar; sin olvidar, naturalmente, la opción espectacular de reducirlos a guijarros con una carga nuclear.
Ahora, a partir de 2029, el Interceptor vagará por el espacio a una altitud de 1.5 millones de millas, hasta localizar un cometa en condiciones privilegiadas para la observación de su superficie mediante un juego de cámaras, espectrómetros de masa y sensores infrarrojos, y los llamados Oumuamua, objetos interestelares descubiertos hace apenas cinco años, en su ruta fuera del sistema solar.
Simplemente, porque los telescopios ubicados en nuestra superficie son incapaces de detectar cometas nuevos un año antes de que lleguen al punto más próximo al Sol, cuando ya no hay tiempo de organizar una misión de emergencia.
Y entonces cobra importancia la tarea del Interceptor después de dos experiencias exitosas. Una, de la propia NASA en 2005, y la misión europea Rosetta que alcanzó a posarse en la superficie del cometa 67P-Churyumov-Gerasimenko, en 2014.
En breve, pues, el Interceptor saldrá acoplado a la nave espacial Ariel que estudia los exo-planetas, hasta la plataforma Lagrange L2 y continuará el periplo movido por su propio sistema de propulsión hasta el objetivo seleccionado, con tres módulos capaces de medir su núcleo y su entorno de gas, polvo y plasma como información complementaria a la de 3D necesaria para comprender la naturaleza dinámica mientras interactúa con el ambiente solar en constante movimiento.
En cualquier caso, mientras el Pan-STARRS, el artefacto más reciente, responsable de más de la mitad de los nuevos descubrimientos, y el Large Synoptic Survey Telescope, una vez concluida en Chile su construcción, siguen enriqueciendo el catálogo de nuevos cometas, el destino del Interceptor no se conocerá hasta que detecte su presa… como para añadir suspense a la tarea de los expertos espaciales en vísperas de un ominoso rendez-vous.
Varsovia, junio de 2022.
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