Un colmillo que cambió la historia
En algún momento, hace 40 mil años, en la vecindad de Hohle Fels, al suroeste de lo que ahora es Alemania, un cavernícola perforó varios orificios en un colmillo de mamuth y fabricó un instrumento de hilado cuyo impacto habría de ser tan revolucionario como lo es ahora la sofisticada tecnología de quinta generación.
A través de ellos nuestros antepasados introdujeron fibras vegetales que, una vez entremezcladas, se convirtieron en cuerdas para elaborar trampas y redes de pesca, arcos y flechas, vestimentas y sacos para transportar alimentos.
Que objetos tan pesados como los trineos, que entonces comenzaban a ser tirados por perros descendientes de lobos domesticados, pudieran en lo sucesivo arrastrarse con mecates mientras las puntas de las lanzas se amarraban a varas de madera, significó según el OBSERVER londinense un paso gigantesco en el camino de la civilización humana.
Igual que artefactos similares hechos con astas de ciervos, hallados en una cueva de Cheddar Gorge en el Somerset británico, en uso ya en las postrimerías de la última edad de hielo, algo que para algunos paleontólogos merece similar atención que la capacidad para fabricar instrumentos a base de piedras o emplear el fuego para calentarse y cocinar los alimentos, propiciando la sedentarización y la filosofía.
También en Hohle Fels, investigadores de la Universidad de Tubingen excavaron una flauta hecha de hueso, con antigüedad de 35 mil años, y una figurita femenina tallada en marfil de mamuth como amuleto, creadas por los primeros Homo sapiens que llegaron al Viejo Continente provenientes de Africa.
Instrumentos de la misma característica hallados en muchos otros sitios de Europa sugieren que el tejido de cuerdas ya estaba ampliamente difundido en el Paleolítico superior o la tardía edad de piedra y por sus implicaciones en el desarrollo de aquellas sociedades en ciernes, merecen una atención especial de científicos y periodistas.
Como Umberto Eco, por ejemplo, que sobrevivía en los tiempos previos a la fama literaria con sabrosas crónicas en la revista mensual de la petrolera italiana ENI donde revelaba cómo variantes en apariencia anodinas en las herramientas cotidianas impulsaron notablemente el progreso de nuestra civilización.
El estribo, por ejemplo, que incrementó el poder destructivo de la caballería dotando al lancero de un mayor control de la cabalgadura y poder de penetración, o la variante del arado que, al uncirse a la cabeza del buey, permitió profundizar el surco e incrementar la productividad de las tierras de labranza; o, precisamente, la posibilidad de trenzar cuerdas más poderosas que ampliaban el alcance de las flechas en las batallas de entonces.
Y todo ello a partir de la inspiración de uno de nuestros antepasados trogloditas que, sin duda aburrido, puso en marcha la industria del hilado. En ausencia de una pilosa compañera con quien refocilarse en aquellas interminables veladas invernales
Varsovia, noviembre 2020.
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