Millardos, no solo por el ambiente
Movida magistral que sellará el éxito de la Administración Biden o parto de los montes, porque sólo pudo aprobarse con el voto calificado de la Vicepresidenta Kamala Harris después de un año de cabildeos que limaron gran parte de sus ambiciones originales, la Ley de Reducción Inflacionaria aprobada esta semana por el Senado estadounidense será juzgada por efectos que van mucho más allá de lo exclusivamente económico.
Sin aliento deja esa cifra colosal de 739 millardos de dólares a invertirse en ambiente y asistencia social, para revigorizar en lo inmediato el cuadro doméstico en vísperas de elecciones parlamentarias que lucen espinosas para el partido demócrata, y al horizonte de las presidenciales de 2024, aun menos halagüeñas.
Es una jugada por varias bandas, a comenzar por la meramente ambiental porque, según algunos expertos, el resultado efectivo de la inyección reduciría en 40% las emisiones contaminantes del país en 2030 comparadas con los niveles del 2005 y atenuaría la dependencia de los combustibles fósiles, estimulando las fuentes de energía renovables.
Es un objetivo de importancia local pero, también, con implicaciones más vastas en la competencia ya notoria, y, por ahora, pacífica con China que golpeada en sus intereses ha denunciado como injusto un subsidio al sector de los semiconductores que presuntamente desconocería los principios de la OMC, comprometiendo la recuperación económica global y la innovación tecnológica.
Y, en cuanto al sector de la salud, se persigue bajar el costo de los servicios médicos, la aseguración y los fármacos a millones de ciudadanos privados de una atención sanitaria digna de la primera superpotencia mundial; una de las banderas electorales del presidente Biden que, por supuesto, debería traducirse en el respaldo que precisa con tanta urgencia.
Que las compañías petroleras, las más grandes contaminantes del planeta, saboteadoras de cualquier intento legislativo desde tiempos tan remotos como la presidencia de Lyndon B. Johnson, mostrasen satisfacción ante la ley que uno de sus principales directivos calificó de “clara y consistente” hacia un panorama más limpio y de mayor seguridad energética, ha inducido a los sectores más radicales a dudar de sus bondades, por las concesiones que habrían facilitado su aprobación.
Bernie Sanders, el vocero democrático más intransigente, aprobó la versión definitiva sin privarse de denunciar que “soslaya la realidad de que existe hoy más desigualdades en ingreso y riqueza que en cualquier momento de los últimos cien años” y “no hace nada por atacar la disfuncionalidad sistémica del sistema estadounidense de salud”.
En la acera oficial, sin embargo, el ex-vicepresidente Al Gore proclama jubiloso que se ha cambiado la historia sin posibilidad de retroceso, gracias a los elementos, al sol y el viento que permitirán reducir la factura de las empresas y los consumidores al tiempo que impulsan una industria de alta tecnología y amplia capacidad empleadora.
Según NATURE, “científicos y ambientalistas dicen que las inversiones, combinadas con créditos fiscales y otros incentivos podrían ayudar a cambiar el cuadro energético en las décadas venideras y al optar por recompensas financieras antes que regulaciones punitivas, susceptibles de ser derogadas por los tribunales y los gobiernos futuros, la agenda podría construir un apoyo político crucial entre los negocios y las industrias en los años por venir”.
Y el profesor Joseph Stiglitz habla de la ventaja adicional a las inversiones en la reducción del déficit en más de 300 millardos de dólares y de la seguridad energética porque “el clima puede ser variable pero los dictadores de los combustibles fósiles son poco confiables y manifiestamente peligrosos”.
Es vital, dice, preservar la competividad y la Ley incluye capítulos que permitirían recaudar más de 450 millardos de dólares en una década, a través de un impuesto corporativo mínimo de 15%, una mayor recaudación de impuestos y un impuesto especial del 1% a las recompras de acciones, a invertirse, idealmente, en educación, investigación, tecnología e infraestructura.
Así que no se trata de cálculos estrictamente domésticos en esta Ley que oxigena la actual Administración cuando más lo requiere, mientras la invasión rusa mortifica al planeta y China se alza cada día más como el rival del predominio mundial, y por eso Stiglitz plantea con agudeza cuán importante es para los Estados Unidos la gerencia eficaz del sistema tributario y la cooperación internacional.
Es cierto, concluye el Premio Nobel de Economía, que esta Ley no es tan buena como el proyecto original, “que habría hecho más para promover el crecimiento equitativo y combatir la inflación”, pero, en definitiva, “es un paso importante en la dirección correcta” que, como en la prueba del pudding, habrá que degustar para catar sus virtudes.
Varsovia, agosto de 2022
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