Escepticismo ante la COP-26
Que una selección de los científicos más prestigiosos expresan dudas sobre nuestra capacidad para meter en cintura el calentamiento global es el balance de una encuesta realizada por la revista NATURE, mientras en Escocia discurren penosamente los trabajos de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático; a pesar de que la acumulación de catástrofes ambientales desde la cumbre de París y una majestuosa escultura que preside el Centro de Ciencias de Glasgow parecerían estímulo suficiente para que los 25 mil delegados olvidasen su propensión a la hojarasca de los discursos para establecer seriamente un programa de acciones a la altura de la emergencia.
Son dos cilindros ensamblados por Wayne Binitie, estudiante del Royal College of London. Uno con aire congelado de la Antártida del año 1765, emblemático porque marcó el inicio de la Revolución Industrial que aceleraría de manera radical el ritmo evolutivo de la civilización y la destrucción de los recursos naturales, y otro, más reciente, de un bloque con pequeñas burbujas atrapadas y compactadas por la nieve, que revelan el vertiginoso incremento del dióxido carbónico a partir de aquella fecha, para quienes dudan todavía de la gravedad y urgencia del problema.
Uno de las entrevistados, la climatóloga colombiana Paola Arias reclama mayor participación de especialistas del Sur y señala que el cambio del régimen de lluvias que amenaza el suministro de agua potable de Medellín, donde vive, y la elevación del nivel marino que pone en peligro las poblaciones costeñas, aunados a la inestabilidad política y las migraciones masivas de la vecina Venezuela abonan un cuadro de incertidumbre.
Como ella, seis de cada diez de los expertos que redactaron el informe IPPC que 195 gobiernos aprobaron este verano, expresaron su temor de que el planeta se calentará por lo menos 3 grados más a fines del siglo, duplicando el tope que la anterior conferencia estipuló como necesario para frenar el deterioro y hasta un 88% de los encuestados evalúan como crítica una situación con posibles impactos catastróficos que provocan sentimientos de ansiedad y angustia y fuerzan a replantearse la vida personal y familiar.
Otro, el senegalés Mouhamadou Bamba Sylla, contrasta el respeto con que su país ha seguido las recomendaciones de París con la actitud más bien olímpica de la generalidad de la comunidad internacional y reclama más agresividad en los esfuerzos para la información a escala regional y obtener la colaboración de los círculos políticos locales; Diana Liverman, geógrafa de la Universidad de Arizona se preocupa por el pesimismo reinante después de tantas décadas y el climatólogo californiano Charles Koven, resignado ya a cohabitar con los incendios forestales veraniegos, expresa confianza por los avances de la ciencia y el abaratamiento de energías limpias, la rápida evolución de la opinión pública y en las perspectivas de recuperación una vez se hayan detenido las emisiones de gases invernadero.
Dos tercios de los entrevistados se confiesan militantes activos, casi todos divulgan sus ideas en discursos, publicaciones y videos, una porción ha suscrito documentos y manifiestos, otra ha buscado el apoyo de los abogados y un pequeño sector ha participado en acciones de calle en favor de sus posiciones pero, curiosamente, una fuerte mayoría rechaza una actitud más militante de la IPCC por temor de que la politización provoque los tropiezos experimentados en las campañas de prevención contra la actual pandemia.
Como a su colega colombiana, el profesor Sylla preocupa el impacto de las alteraciones climáticas en la estabilidad social, que explican en gran parte el fenómeno de los boat-people africanos que desafían el océano en busca de una vida mejor, con el agravante de que en la medida que los países desarrollados acusan también los embates del calentamiento global se refuerza el reflejo xenófobo y la recurrencia a las barreras aislacionistas.
Varsovia noviembre 2021
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