DE DONDE VINO NUESTRA COMIDA

11 mayo, 2020

Actualidad planetaria, MIRAMUNDONo Comments

Es bien sabido que por la mítica Ruta de la Seda discurrió en los tiempos de Marco Polo el intercambio entre el naciente capitalismo europeo y el Imperio del Gran Khan; la misma que sirve ahora de instrumento al coloso oriental en su ambición de conquistar el mundo y, de confirmarse los rumores, por donde, a partir de un sucio mercado en la provincia china de Wuhan, se infiltró a Italia y de allí a Europa y el resto del planeta, el virus insidioso que mantiene en jaque a nuestra civilización.

Lo es menos que también allí se gestó la comida que nos alimenta y que la mayoría de los granos, frutas y legumbres que hoy consumimos se diseminó desde el Asia Central hace cinco mil años, según explica en su libro el profesor Robert N. Spengler, Director del Laboratorio de Arqueobotánica del Instituto Max Planck para la Historia Humana, en Jena, Alemania.  

The Silk Road Origins of the Foods We Eat  es el fruto de quince años de investigaciones en sitios arqueológicos de Mongolia a Pakistán que las caravanas de mercaderes recorrieron, influyendo  directamente en las tradiciones culinarias del mundo antiguo que siguen presentes, aunque lo ignoremos, en nuestra mesa cotidiana.

Es el resultado de un puzzle  en colaboración con sus colegas estadounidenses y científicos de Kazakstan, Uzbekistán y Turkmenistan y la abundante bibliografía de los tiempos soviéticos, del  largo proceso de domesticación y diseminación de las almendras, las manzanas, los albaricoques, las peras, pistachos y el arroz, a lomos de camello a través de las arenas desérticas de Kara Kum, Gobi y Taklimakan.

Asia Central –para Spengler- fue la encrucijada del mundo antiguo, sede de algunas de las ciudades más exóticas y los imperios más esplendorosos cuyos pueblos marcaron el rumbo de la civilización, no sólo estimulando la difusión de novedades en el ámbito de la Ruta sino con innovaciones de su propio magín, como la domesticación de plantas frutales y algunas capitales fueron centros de desarrollo intelectual durante la Edad de Oro del Islam mientras muchos gobernantes turcos erigían suntuosas plazas fortificadas con jardines espectaculares.

La decadencia llegó en las velas del comercio marítimo a partir del siglo XIII, los avances militares otomanos y la invasión mongola que trajeron consigo la destrucción de los sistemas de irrigación, la consecuente salinización de los suelos y la deforestación de los piedemontes.

Hasta el golpe definitivo que asestaron en el XIX las apetencias imperialistas de las potencias europeas y las conquistas de la Rusia zarista, sin alcanzar a borrar, no obstante, el magnífico patrimonio de sus productos naturales, que siguen presentes, dando sabor, aroma y alegría a nuestros paladares.

Varsovia, mayo 2020.