Un burrito que hace historia
El burrito sabanero que Hugo Blanco puso en marcha en las ahora remotas navidades de 1975, traspasó las fronteras nacionales en éstas que acabamos de celebrar, haciéndose viral en el abominable acento de un cantante franco-canadiense, las panderetas de grupos hindúes y corales libanesas; en un momento que no podía ser más bienvenido.
Como si quisiera devolver el optimismo que reinaba hace medio siglo, cuando emprendió su alegre trotecito en un país bochinchero y arrogante, intoxicado de petrodólares, que fulguraba como refugio democrático en un continente agobiado por la bota militar y atraía, como sucedió tras la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial y en tiempos de la anterior dictadura, una avalancha humana que nos sacudió como un refrescante tsunami.
Ahora, el simpático animalito galopa con una ola migratoria que se revierte y sirve, hasta cierto punto, para resarcir al planeta por aquellos aportes que nos resultaron tan beneficiosos; de obreros y campesinos hispanos, portugueses e italianos, artistas e industriales húngaros, checos y polacos e intelectuales del Cono Sur.
Es una marea humana involuntaria, desde luego, de ocho millones de compatriotas, !una cuarta parte de la población!, aventada al exilio, que con sus emprendimientos ha colocado las arepas y las hayacas en las mesas de los rincones más insólitos y gracias al apoyo de las modernas técnicas de comunicación impusieron al burrito sobre los melancólicos villancicos europeos y las blancas navidades de Bing Crosby.
Como en anteriores episodios de una historia tan pródiga en tragedias, la pegajosa melodía ha devenido una suerte de tercer himno nacional, animando las esperanzas de la diáspora que demuestra cada día su vitalidad, luchando por imponerse en condiciones siempre adversas y, a lomos del humilde animalito, regresará más temprano que tarde para restituir al país el lugar que le corresponde en la sociedad democrática global.
¡Feliz Año Nuevo, amigos lectores!
Varsovia, enero 2025.
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