¿UN FRAUDE, LA ARQUITECTURA VERDE?
por Gabriel Rumor
Cuando PLANETA VITAL informó que el edificio más elevado de la Suiza Francófona sería un auténtico jardín flotante con más de 80 árboles y tres mil metros cuadrados de arbustos, no previó la controversia que ésa y otras construcciones similares suscitarían entre los arquitectos internacionales.
Mientras el italiano Stefano Boeri, responsable del Bosco Milano en la capital de Lombardía, se proponía entrelazar los árboles en cada uno de los 35 pisos de la llamada Torre de los Cedros, a las afueras de Lausanne, con raíces ancladas en enormes reservorios de agua de lluvia, bajo la supervisión de expertos jardineros, la tendencia se globalizaba en Londres, Burdeos y New York, en forma de super-condominios evocadores de una visión anti-apocalíptica; como si las ciudades en ruina hubiesen recobrado su verdor…
Pero el vértigo de la moda ha despertado voces críticas que se demandan si no se trata de un recurso más bien fácil para ocultar construcciones que, sin la capa vegetal, parecerían sencillamente vulgares.
Es decir, hablando sin tapujos, si no ocultan los tramposos follajes una serie de proyectos de dudoso valor.
Es lo que en definitiva plantean ahora muchos arquitectos del mundo entero. Que se trata, según los más acerbos, de estructuras execrables y groseras, reñidas con las normas urbanas más básicas, que jamás hubieran obtenido permiso de construcción de no ser por ese tramposo revestimiento vegetal; e igual cosa denuncian de la casi totalidad de 23 nuevos edificios planeados para la periferia de París.
En suma, estaríamos siendo manipulados por la fascinación que ejercen los árboles y lo verde en general, en lo que revelaría un colapso de la confianza en el lenguaje y el poder de la expresión arquitectónica y una claudicación de la responsabilidad de diseñar alturas que ennoblezcan las ciudades, con elegancia e inteligencia en lugar de simples brochazos de clorofila.
Es cierto, añaden, que los árboles son maravillosos, con su producción de oxígeno y su verdor estimulante que convierten en boulevard una calle ordinaria y en refugio una plaza yerma y un peladero en un hermoso parque, pero no son sustituto para la arquitectura, aunque puedan lucir muy atractivos en las terrazas de Milán.
Por qué no edificar, más bien, cosas útiles, se preguntan otros, conscientes desde luego del reto que entraña el valor de los terrenos en las grandes capitales. Como el Financial Times, que imagina un futuro en que algunos géneros alimenticios habrán devenido tan raros y costosos que pudiera resultar económico cultivarlos, primero en los techos y luego en solares abandonados, espacios urbanos vecinos a los aeropuertos o en antiguos sitios industriales.
Tecnologías como el aquaponic, en que los desechos de plantas piscícolas sirven de fertilizantes en un sistema cerrado, avanzan aceleradamente y un proyecto agrícola a las afueras de Chicago ya produce vegetales y hierbas, igual que otro, subterráneo, bajo las calles de Londres Sur.
En definitiva, el diario británico plantea que parecería más razonable emprender tal tipo de iniciativas prácticas en lugar de los emplastes clorofílicos tan apreciados por los arquitectos actuales pero poco prácticos. De simple valor cosmético y de fachada.
Varsovia, junio 2016.
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