¡Libertad para el Capitán Watson!
Comparada con los sótanos tenebrosos de alguna dictadura tropical, la prisión que el Reino de Dinamarca mantiene en Groenlandia, bien lejos, al otro lado del océano, merecería las estrellas de cualquiera guía turística.
Desde hace cuatro años, en celdas de doce metros cuadrados, con baño privado y una vista sobre los fiordos que el enviado del OBSERVER británico califica de espectacular, Anstalten confina a reos peligrosos que reciben tres golpes diarios, frugales pero bien balanceados, y una mensualidad de doscientos dólares para adquirir insumos adicionales en el abastos del penal y el bacalao fresco que amables guardianes extraen de las aguas costeras, para guisarlos en la cocina comunitaria.
Allí, a las afueras de la capital, Nuuk, el capitán Paul Watson tiene incluso autorización para salir armado de cacería y, en general, no se queja del trato en los cinco meses de internamiento que ha sufrido a solicitud del Gobierno de Japón. Pero aguarda con lógica ansiedad un eventual veredicto de extradición a Tokio y un juicio por su interferencia en la pesca ballenera que pudiera significar una larga condena que el combatiente ecologista está seguro de no poder resistir al horizonte de sus 74 años.
Nacido en Toronto, Watson ingresó en el servicio de guardacostas canadiense a bordo de un navío de búsqueda y rescate e inició en 1969 su carrera ambientalista en el grupo Sierra Club, génesis de Greenpeace, que protestaba contra las pruebas nucleares en una de las islas Aleutianas al sudeste de Alaska.
Primero como tripulante y después como capitán, intervino en sucesivas operaciones navales de la famosa organización hasta su expulsión en 1978, por denunciar el oculto interés publicitario de una campaña a favor de las focas, y en la fundación de Sea Shepherd con métodos tan rudos como el bombardeo e incluso el abordaje de navíos, para garantizar el necesario impacto mediático.
Fue protagonista de una serie televisiva en el Discovery Channel, mientras extendía su preocupación a otras especies igualmente amenazadas, con sociedades como los Amigos del Lobo, y alcanzó celebridad entre los conservacionistas más influyentes del planeta hasta 2012, cuando Japón lo acusó de los daños causados al ballenero Shonan Maru 2 mientras faenaba en aguas de la Antártida.
Solidario desde entonces fue PLANETA VITAL con su corajudo empeño, al que ahora se han sumado personalidades como Brigitte Bardot, Pierce Brosnan y James Cameron, los presidentes de Francia y Brasil y más de 200 mil firmas en el mundo entero, mientras Watson se atrinchera contra la requisitoria y aprovecha para ganar adeptos con los toques finales de Spaceship Earth, una novela de ciencia-ficción dirigida a los lectores más pequeños.
En los próximos días ¡inshallah! debería Watson quedar libre para disfrutar las fiestas navideñas con su familia en Canadá, eludiendo en Tokio una reclusión seguramente menos confortable que la celda de Groenlandia y sobre todo la dieta rebosante de hamburguesas de ballena que con su peor mala leche le servirían los herederos de los vengativos samurais.
Varsovia, diciembre de 2024.
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