¡A reforestar, a reforestar!
Sí, es verdad lo que Jim Robbins, autor de The Man Who Planted Trees, afirma afirma en el New York Times, que es difícil calibrar los efectos de la deforestación ambiental porque los expertos dependen en gran medida de modelos de computación para desentrañar las muchas vías que los árboles emplean para controlar el clima, pero solo los mas tontos o empecinados pueden todavía negar la gravedad de un problema que tiene en vilo la supervivencia del planeta.
Sólo en 2014 se talaron dos mil millas cuadradas en la Cuenca Amazónica, que los científicos calculan ha sido ya arrasada en un 20% y otro tanto acusa niveles de degradación, para plantar soya y criar ganado, y un estudio sugiere que allí podría estar una de las causas de la agobiante sequía que golpeó este verano los estados de California, Texas y New Mexico.
Y es que, insiste Robbins, los bosques representan en un sentido amplio un tipo de infraestructura ecológica que ayuda a mantener saludables nuestras condiciones de vida, almacenando dióxido de carbono, purificando el agua con sus raíces, previniendo inundaciones al fijar los suelos y por la regulación del clima.
Reducir la deforestación y replantar las forestas es, así, una prioridad no sólo en Brasil y Norteamérica, y, por fortuna, somos testigos ya de iniciativas de gentes e instituciones que se cansaron de esperar el dictamen de los laboratorios y las decisiones de los políticos.
Como en las faldas del Kilimanjaro, en Tanzania, donde cien mil fieles de la Iglesia Evangélica Luterana, liderados por el obispo Fredrick Shoo, han sembrado 3.7 millones de árboles en los últimos doce años con la esperanza de enfriar los vientos fuertes y secos que derretían sus glaciares y preservar así las fuentes hídricas de la imponente montaña, fundamentales para la agricultura en el piemonte.
O en Madagascar, donde la Fundación suiza EcoFormation lanzó hace cinco años un vasto programa contra el flagelo que ha dejado pelada, literalmente hablando, esa isla en el Océano Indico, recuperando hasta ahora dos mil de las seis mil hectáreas que comprende el proyecto, con más de tres millones de arbustos.
O, finalmente, en Oxford, Inglaterra, donde la empresa BioCarbon Engineering busca respaldo internacional para desarrollar el primer sistema de plantación mediante drones, capaces de sembrar anualmente hasta un millardo de árboles, según la revista Horticulture Week, y superar las limitaciones humanas que ahora impiden alcanzar las metas fijadas por las Naciones Unidas.
Si el proyecto obtuviese el apoyo se diseñarían drones de alas fijas que tomarían imágenes detalladas de un área específica para precisar sus nutrientes, su biodiversidad y su topología, detalles que generarían a través de algoritmos el patrón exacto de plantación de semillas biodegradables que cumpliría un quadcopter volando a ras del suelo.
En la compañía afirman que 150 equipos de dos personas estarían con sus drones en capacidad de plantar diez veces más rápido y al 15% apenas del costo del sistema convencional y, para confirmarlo, pasarán en breve del laboratorio a la experiencia de campo, una vez obtenido el necesario apoyo financiero.
Varsovia, octubre 2015.
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