A los 81 años, ha hecho Sebastiao Salgado una pausa en su actividad fotográfica, pagando tributo a las dolencias de origen profesional cosechadas en seis décadas de trashumancia global.
Un bombazo aquí, el impacto emocional de los conflictos civiles que registró con su cámara, fríos acojonantes en tierras siberianas y un paludismo más allá dieron cuenta finalmente del notable artista nacido en Minas Gerais, Brasil, mientras preparaba una magna exhibición de 255 fotos en gran formato con música del maestro Heitor Villalobos para la cumbre ambiental COP-30, a celebrarse en noviembre en Belem do Pará.
Precisamente en su país de origen. De donde, jovencísimo, decidió escapar en tiempos de la dictadura militar, con la que sería su eterna compañera de vida, aventuras y empresas, para residenciarse en París y comenzar por simple curiosidad su actividad profesional.
Había estudiado economía, pero entonces se apoderó de la venerable Leika de Lelia Wanik y, al comienzo de manera intuitiva y profundizando luego en el estudio de las grandes figuras del oficio, comenzó a henchirse de fama con un bagaje estimado en medio millón de imágenes.
Todas, por cierto, en blanco y negro, para evitar el facilismo del color, asumiendo el reto del cineasta John Ford, de una técnica quizás anticuada y harto complicada donde las sombras deben disponerse con absoluta corrección para conseguir la perspectiva adecuada y el efecto dramático anhelado.
Imágenes inconfundibles por su obsesión con la granulosidad y los rayos luminosos que atraviesan las nubes para envolver a sus personajes –campesinos, mineros, cañicultores, simples transeúntes y humildes agricultores- en una atmósfera casi mística que le granjeó la críticas de embellecer la miseria, que él rechazó reiteradamente:
“He visto magníficas fotografías de Richard Avedon, Annie Leibovitz y de grandes fotógrafos europeos que nunca fueron criticados por la manera en que usan la luz y la composición que crearon, pero sí me han criticado a mí. ¿Por qué deberían ser el mundo pobre más feo que el mundo rico? La luz es la misma y también lo es la dignidad”.
- Kei, Sudán, 2006.
- Estación Ferroviaria en India
Retirado de la práctica cotidiana, abordaba en la vejez una etapa consagratoria con la edición de libros exquisitos y exhibiciones en las principales capitales del mundo.
El periodismo lo asoció en los años 70 a prestigiosas agrupaciones como Sygma, Gamma y Magnum, con fotos de notable originalidad de paisajes inexplorados y comunidades indígenas en tres continentes, culminando en el proyecto Amazonia que consumió nueve años de inmersión en la jungla sudamericana para denunciar la incontenible degradación del gigantesco pulmón planetario y, por contraste, la hermosura de regiones primitivas, libres aún de nuestra acción devastadora.
“Soy pesimista respecto de la humanidad, pero optimista sobre el planeta, que se recuperará, porque para él está haciéndose cada vez más fácil eliminarnos”, fue la agria convicción a la que arribó tras plasmar la inmensa contradicción de la contemporaneidad.
En un compromiso donde su cámara se aparejó con la fundación del Instituto Terra, para recuperar miles de hectáreas del valle de Rio Doce en su provincia natal con la siembra de millones de árboles, y lo ubicó a su vez como héroe del realizador alemán Wim Wenders en el documental La Sal de la Tierra.
Su salida es apenas una pausa, porque en noviembre seguirá presente en Belem do Pará, en un momento particularmente delicado para su entrañable Amazonia, horrorizada por el asesinato de insignes ambientalistas como Bruno Araujo y Dom Philips y una oleada de críticas contra la tibieza del presidente Lula da Silva frente a los grandes consorcios que no cejan en su labor depredadora.
Y es que Salgado no ha muerto; como el veterano soldado que siempre fue, simplemente se irá desvaneciendo.
Varsovia, junio de 2025