El lanzamiento de OCEANO coincide esta semana con el cumpleaños 99 de sir David Attenborough, ratificando la vitalidad del insigne cineasta y naturalista con un documental que seguramente suscitará polémicas tan apasionadas como todas las de su vasta filmografía.
Por ejemplo, su producción previa, PLANETA AZUL, que hace ocho años estigmatizó el envenenamiento por plásticos que nos está matando, con impacto similar al de películas anteriores; LA VIDA PRIVADA DE LAS PLANTAS, que revolucionó nuestra visión del universo botánico, las imágenes fantasmagóricas de los fondos abisales que recogió a bordo de un minúsculo submarino y su poético-científico acercamiento a tribus perdidas en remotísimas islas de la Polinesia.
De nuevo, sus denuncias causarán escozor. Ahora, contra una pesca de arrastre más brutal que el destrozo con bulldozers de las selvas tropicales, cuyos trazos submarinos pueden detectarse con satélites, que al devastar las zonas costeras de países en vías de desarrollo anulan la economía ancestral y provocan el flagelo socio-político más explosivo de la actualidad: las migraciones de los pueblos ribereños.
OCEANO es –¡por ahora!- la culminación de una curiosidad de siete decenios que, según la BBC, patrocinante de sus primeras aventuras, ha concitado el interés de 500 millones de espectadores y centra la atención en la pesca industrial, culpable de la desaparición de dos terceras partes de las especies predadoras, que incluso compromete la existencia misma de la Antártida.
La escritora Margaret Atwood recuerda que las calles de su Edinburgo natal se vaciaban mientras todos seguían las revelaciones insólitas que presentaba en la televisión aquel joven periodista, que a unos sumergieron en la filosofía e impulsaron a otros a estudiar la ornitología o aplicar en sus novelas una óptica más comprensiva de la realidad africana.
O, como un joven sudanés recién llegado a Londres, hacerse camarógrafo de la vida salvaje; o la joven cantante que conquistó para las antiguas manifestaciones folklóricas con su trabajo como recolector de melodías para la respetable emisora británica.
Sir David ha sembrado su convicción de que la protección del ambiente es una mezcla de amor, curiosidad y el asombro, como el que experimentó de niño ante el hipocampo disecado que un amigo le regaló para su incipiente colección, disparando la decisión de hacerse naturalista y destruir muchos prejuicios al presentar a los animales como amigos e incluso sujetos por derecho propio.
Ahora, los colegas evocan las muchas pruebas de incomodidad en medio del lodo, el frío glaciar, martirizado en las marismas por legiones de hormigas salvajes, que apalancan su espléndida filmografía y, en el caso de este documental destacan su mensaje optimista de que “el océano puede recuperarse más rápido de lo que podríamos imaginar y retornar a vivir”, apoyado en éxitos tras la prohibición de la pesca abusiva en Escocia y Hawaii.
El autor naturalista Simón Barnes afirma haberlo seguido durante toda la vida, convencido de que el mundo sería un lugar mejor si todos hubiesen imitado su ejemplo, y para la escritora Amy-Jane Beer, sir David es lo más cercano a un Gandalf o Merlin que tenemos en la vida real, que ha enriquecido, embelesado, inspirado y motivado a las generaciones gracias a su longevidad, maestría técnica y su fascinante familia zoológica.
Son algunos de los testimonios -además de cuarenta especies botánicas y animales, una constelación sideral y un buque científico británico bautizados con su nombre- del legado de este cuasi-centenario universal que regresa esta semana a las pantallas; tan campante.
¡Saludos y feliz cumpleaños!
Hettlingen, mayo 2025.