Una solución controvertida para la Gran Barrera Coralina
Angustiados por la vertiginosa destrucción que evidencia la emblemática Gran Barrera Coralina, vital para la industria turística de su país, los científicos australianos comienzan a plantearse el recurso de nuevas tecnologías que, paradójicamente, podrían acarrear riesgos peores para los ecosistemas regionales e incluso globales.
El primer indicio del problema –afirma NATURE– ocurrió en 1998, seguido de otro cuatro años más tarde, cuando los corales expulsaron las algas que viven dentro de ellas y suplen de color y energía por fotosíntesis y aunque muchos se habían recuperado hacia 2016, otros palidecieron y murió alrededor de dos tercios de la barrera.
En síntesis, refiere la revista, se trata de disparar al espacio un vaho de pequeñas gotas de agua marina que al transformarse en nubes brillantes bloquean los rayos solares y previenen sus efectos negativos sobre un paraíso natural que no ha cesado de degradarse desde las primeras mediciones realizadas hace un cuarto de siglo.
En 2018, el Gobierno de Canberra asignó una modesta suma a un consorcio de universidades e institutos de investigación oficiales que revisó más de 160 ideas como, por ejemplo, reimplantar corales congelados durante un cierto tiempo o crear de modo sintético variedades que pudieran habitar en aguas más calientes y entre las 43 que pasaron la prueba estuvo ésta que lucía muy práctica, porque permitía concentrar el remedio allí donde los corales lo demandaban con mayor urgencia.
Es el primer experimento en su campo de una panoplia de controvertidas tecnologías geo-ingenieriles que hasta ahora estuvieron confinadas a los laboratorios ante la incertidumbre por las consecuencias que tal manipulación pudiera tener sobre el planeta en su conjunto.
Que valdría la pena, afirman los propulsores del ensayo, si se considera que en los 2.300 kilómetros de la Gran Barrera pululan más de 600 especies de coral y que alrededor de 64 mil empleos de la pesca y el turismo dependen de un ecosistema que sufre las consecuencias del aumento de la temperatura, las tormentas tropicales y la voracidad de estrellas-de-mar depredadoras.
La prueba inicial tuvo lugar en marzo de 2020 y fracasó en cierto modo por las condiciones atmosféricas, pero abrió el camino a un nuevo intento, hace seis meses, que despertó un clamor de objeciones de figuras de la comunidad científica, sorprendidas de que no hubiera estado precedido de pruebas más exhaustivas o de suficientes papeles en la prensa especializada que justificasen tal inversión cuyos riesgos ecológicos serían inevitables.
Algunos críticos objetan la escasa información disponible y otros cuestionan las motivaciones del gobierno australiano para otorgar el financiamiento, considerando la relativa parsimonia del Primer Ministro conservador Scott Morrison en secundar el compromiso de muchos países con el acuerdo de París de 2015.
Sin embargo, el líder del proyecto, el oceanógrafo Daniel Harrison, de la Southern Cross University, insiste en las ventajas de su carácter localizado en tiempo y espacio como uno de los varios capítulos del programa que el gobierno lanzó el pasado año.
Responde, así mismo, que el programa fue consultado con las autoridades competentes, sectores de la opinión y grupos indígenas que arguyen derechos sobre la cadena y tiene más que ver con el bombardeo de nubes para provocar precipitaciones que con geoingeniería, aunque acepta que en el futuro se tendrán en consideración las potenciales implicaciones regionales y globales.
Es, en resumen, una discusión que no puede eternizarse porque todos los modelos indican que la Gran Barrera podría angostarse aún más del 60% en medio siglo y, lo más importante y siempre según NATURE, que todos ellos apuntan a que pocas medidas no tendrían mucho futuro sin el enfriamiento propuesto por el profesor Harrison.
Aceptando la validez de esas advertencias, con fondos por dos años más, Harrison tendrá que demostrar avances en la competencia con los restantes 43 proyectos aprobados, con drones y nebulizadores más poderosos y, aunque se dice ahora más seguro que al inicio, admite con humildad que el cambio climático es el factor determinante de toda la ecuación.
Varsovia, septiembre 2021.
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