Una isla radiactiva en el pacífico
Aunque aparece en el mapa como Runit Dome, los nativos la han bautizado La Tumba, porque en esta dependencia de las Islas Marshall en el Océano Pacífico, bajo una gruesa cubierta de concreto que asemeja un platillo volador yacen más de 85 mil metros cúbicos de de desechos radiactivos…que están filtrándose en el mar.
Desde 1979, indica el INDEPENDENT londinense, es el legado de doce años de experimentos nucleares de los Estados Unidos, cuyo deterioro admiten las autoridades del Departamento de Energía y pudiera incluso, como alertan científicos y grupos ecologistas, colapsar definitivamente bajo los efectos de un tifón o cualquier otro cataclismo natural.
Es la trágica consecuencia de las pruebas atómicas que dejaron enormes cantidades de plutonio, ahora sumergidas por la elevación del nivel del océano, debida al calentamiento global por las emisiones de gas de los países industrializados, opina Michael Gerrard, director del Sabin Center for Climate Change Law en la Universidad de Columbia.
En el atolón de Enewetak, junto al más conocido de Bikini, los Estados Unidos realizaron 67 explosiones atómicas entre 1946 y 1958, porque se consideraban suficientemente aislados, a medio camino entre Hawaii y Australia y deshabitados tras desplazar su escasa población de pescadores y, al finalizar las pruebas, el Congreso de Washington rechazó autorizar los fondos para la descontaminación total de la capa de Plutonium-239 que tardará la friolera de 24 mil años en desaparecer.
Como la alternativa de botar toda esa basura en el Pacífico estaba vetada por los tratados internacionales y a nadie se le ocurrió siquiera pensar en almacenarla en Norteamérica, se optó entonces, en una de esas medidas temporales que luego son eternas, por raspar la superficie y sepultar los escombros en un cráter de la Isla Runit, sellado bajo centenares de bloques de concreto.
Incluso, sólo tres de las 40 islas del atolón fueron descontaminadas, más no así la Enjebi, donde vive la mitad de la población, y en la misma medida que los costos de tratamiento crecieron así quedaron en el olvido los planes de reubicación.
En 1980, cuando el ejército emprendió la retirada, se permitió a los habitantes regresar a sus antiguos hogares y las Islas Marshall suscribieron un pacto de libre asociación con los Estados Unidos, que anulaba cualquier reclamación relacionada con el programa nuclear, dejando la responsabilidad del Runit Dome al gobierno local de un micro-estado de 53 mil habitantes y un PIB de 190 millones, incapacitado para lidiar con la potencial catástrofe radiactiva que le dejaron como herencia.
Hace tres años, el presidente Obama encomendó al Departamento de Energía el monitoreo de las aguas debajo del domo y un estudio visual de su exterior para determinar si existían riesgos para la salud de los nativos, pero la Cancillería isleña no coincide con la visión optimista del embajador estadounidense en cuanto a la cooperación bilateral y ha emprendido una amplia requisitoria contra las potencias nucleares, incluidos los Estados Unidos, ante la Corte Internacional de Justicia.
Y, mientras tanto, los residuos siguen vertiéndose, poco a poco, a la espera de alguna calamidad natural que tornaría las hermosas aguas del océano en una catástrofe ecológica de magnitud apocalíptica.
Varsovia, agosto 2015.
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