Una Europa salvaje
MIRAMUNDO por Gabriel Rumor, Corresponsal Internacional
Un ambicioso movimiento conservacionista que busca aprovechar en Europa la creciente vastedad de territorios despoblados para recrear el panorama salvaje que alguna vez existió, ha motivado el interés del New York Times.
En general, la mayoría de los proyectos se han centrado en la reintroducción de rumiantes, como el ibex, el gamo rojo, o los caballos salvajes, pero, al contrario de los esfuerzos tradicionales, se habla ahora de “salvajizar” el medio ambiente con una intervención más agresiva, y los más extremistas llegan a plantear la actualización de ecosistemas que existieron hace diez mil años y reinstalar los leones, rinocerontes y elefantes que campearon entonces en el Viejo Continente.
Son salvajizadores -como el fotógrafo Staffan Widstrand, director de comunicaciones de una fundación que se propone restaurar la bicoca de un millón de hectáreas en los próximos seis años- que argumentan que sin una inyección semejante, sobre todo de grandes herbívoros, los prados y montañas en abandono se verían invadidos por una vegetación tupida que acabaría con la biodiversidad aún existente.
Su organización lleva adelante media docena de proyectos relacionados con los bisontes europeos en el área de los Cárpatos rumanos, y el ibex en dos parques nacionales en una franja del Adriático en Croacia, con la idea de que, una vez en funcionamiento, serán autosuficientes del punto de vista administrativo por la afluencia turística; como los que ya existen en el continente africano.
Son proyectos muy diversos.
En la reserva natural española de Campanarios de Azaba, cercana a Portugal, trabajan la Taurus Foundation holandesa y varias universidades para recrear el auroch, una especie gigante de ganado que desapareció cinco siglos; y está el príncipe Richard de Sayn-Wittgenstein-Berleburg, que aspira reimplantar los bisontes en las 15 mil hectáreas de su heredad próxima a Colonia.
Para lo cual, por cierto, debería asesorarse con el gobierno polonés que, ya en los tiempos comunistas, realizó una proeza semejante en la zona fronteriza con Bielorrusia, haciendo de estos rumiantes taciturnos los únicos seres vivientes que deambulaban de uno a otro país, sin pasaporte ni controles.
El suyo es un sueño por demostrar que los animales que provienen de parques zoológicos pueden sobrevivir en un ambiente natural, incluso en sus dominios donde se explota la madera y pasean los turistas, pero no está exento de obstáculos, porque los vecinos se han quejado de que los animales se alimentan de la corteza de sus árboles y causan otras varias tropelías.
Y es que la búsqueda de sorpresas que pueden deparar los ecosistemas dejados de su cuenta, propuesta por el periodista británico George Monbiot en un libro publicado hace pocos meses, no convence a quienes ven en el movimiento poca ciencia y demasiado romanticismo, y alertan sobre las consecuencias impredecibles que pudiese traer la reintroducción de animales en ambientes que cambiaron tanto en el curso del tiempo.
Tales esfuerzos, rayanos en lo aventuresco, dicen, no están debidamente respaldados por una documentación adecuada y deberían ser objeto de un monitoreo más riguroso, pero los salvajizadores enarbolan su impaciencia por esperar experimentos controlados y proclaman que, en definitiva, su objetivo no es científico.
Como dice el fotógrafo Widstrand, el propósito es “hacer de Europa un lugar más salvaje” y dejar que la naturaleza siga su curso puede tomar demasiado tiempo, que rechaza las trabas legales a la introducción de nuevas especies, que en cambio no reprimen muchas acciones criminales emprendidas contra la naturaleza.
Varsovia, junio 2014.
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