Una dama milenaria: la agricultura
Debió ocurrir alguna mañana, hace casi 120 siglos, cuando uno de nuestros ancestros, harto de exponer el pellejo para cazar el mamut del almuerzo de cada día y cansado de las plantas silvestres que le proveían una insípida dieta, decidió domesticarlas y sembró la primera semilla, de frijol, cebada o maíz, en un paso pequeño para aquel troglodita pero pletórico de significación para la humanidad.
O pudo suceder por un error similar al de Robinson Crusoe, cuando germinaron en un rincón de su cueva los granos de trigo que botó, creyéndolos arruinados por el naufragio.
De aquella decisión que modificaría profundamente el panorama y nuestro porvenir se ocupa la arqueobiología, ciencia interesada en los motivos de una tal iniciativa y en los cambios que la agricultura traería aparejados. Y no sólo los favorables, porque junto al desarrollo de las artes y los oficios que auspició la sedentarización, llegaron también las hambrunas, las pestes e incluso el ahora vilipendiado cambio climático.
Los Proceedings de la Academia de Ciencias estadounidense revelan el clima abierto por la novedosa disciplina a todas las especulaciones y los debates más apasionados, mientras los investigadores proceden a recoger y analizar semillas y restos de plantas, depósitos de comida calcinados y osamentas humanas y animales en todos los rincones del planeta, en una búsqueda que aúna lo científico con la historia y la sociología y hasta la literatura, evocadora del enigma del huevo o la gallina.
¿Impulsó la presión demográfica el desarrollo agrícola o fue la explotación del tesoro que los suelos habían ocultado el detonante de la multiplicación de nuestra especie? ¿Crearon los opíparos banquetes asociados a las fiestas religiosas la necesidad de una oferta de alimento incremental o, por el contrario, venerado éste como un maná de los cielos, estimuló el culto a las divinidades protectoras?
Son preguntas cuyas respuestas penden de nuevas tecnologías genéticas capaces de trazar los cambios de los cultivos y su interacción con los sembradores primitivos.
Una antropóloga del Smithsonian Institute llega a proclamar una edad dorada en el conocimiento de la agricultura y junto a las áreas grises susceptibles de controversia se aceptan ya hitos concretos como que la domesticación tuvo lugar en muchas más áreas de las que pensamos originalmente; que numerosos cultivos fueron quedándose en el camino y que todos esos cambios ocurrieron en un lapso milenario por una variedad infinita de razones.
De origen social, por ejemplo, escindiendo a China en dos zonas muy diferenciadas, comedoras de trigo y cebada o arroz y mijo, de fácil percepción en sus respectivas gastronomías.
Otros cambios se debieron al azar, como la avena, que creció salvaje en Europa, entreverada con el trigo y la cebada, y comenzó a utilizarse como forraje en ciertos lugares, como Escocia; y por supuesto el factor animal del ganado y los cerdos en el Sudoeste Asiático, los pollos en el Sudeste Asiático, los camellos en Arabia y las llamas y las alpacas en Sudamérica, como instrumentos de dispersión de las semillas.
Todos los cambios no fueron positivos, naturalmente, porque a medida que la gente redujo su movilidad se propició la evolución de agentes patógenos y enfermedades inéditas, motivando a un conocido historiador a calificar la agricultura del “peor error en la historia del género humano”, culpable de malnutrición y epidemias e incluso de las profundas divisiones de clase; pero en el momento actual, cuando la sociedad global busca con ansiedad un modelo de desarrollo más sustentable, el aporte de la arqueobiología será invalorable.
Varsovia, abril de 2023.
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