Una bruja santificada
Santa, compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médica, polímata, abadesa, mística, líder monacal y profetisa, conocida como la Sibila del Rhin y la Profetisa Teutónica, según la Wikipedia, Hildegarda de Bingen fue santificada por El Vaticano en mayo de 2012 y elevada pocos meses más tarde al rango de Doctora de la Iglesia.
Privilegio, por cierto, del que muy pocos disfrutan dentro del universo cristianos y, en su caso, paradójico por las oportunidades que en su tiempo abundaron de que terminase en la hoguera, acusada de brujería.
Las ediciones NOUVELLE PAGE SANTE de Francia han consagrado una fascinante sesión on-line a las revelaciones de la historiadora Sophie Macheteau, una de las especialistas más autorizadas de la vida de la religiosa que nació en 1098 en un pueblecito al sudoeste de Alemania y es considerada la patrona de la medicina natural.
Hildegarda de Bingen fue autora de dos libros que revolucionaron la medicina de su época, dedicó muchos años a descubrir y catalogar animales y plantas según su potencial terapéutico y demostró, por primera vez en Europa, los vínculos entre los achaques físicos y las enfermedades mentales, propiciando una ruta de peregrinaje al convento benedictino en Maguncia donde ofreció su ciencia hasta la muerte en 1179.
Y, como si eso no fuera suficiente, compuso 77 cantos religiosos hermosísimos que hoy son interpretados en las iglesias del mundo entero.
La fama mefistofélica que pudo muy bien haberle costado la vida se apoyó, además, en la creación de un idioma de poco más de un millar de palabras, precursor del esperanto, que habría inventado a raíz de una de sus frecuentes visiones celestiales y, ya en la madurez, dibujó en el centro del universo a una figura humana que, según algunos historiadores, estaría en el origen del Hombre de Vitrubio del gran Leonardo da Vinci.
Hildegarda escribió una obra científica fundamental –Liber simplicis medicine- que comprende nueve libros sobre las propiedades curativas de vegetales, piedras, animales y metales, en uno de cuyos capítulos defendió con ardor la atención preventiva, apoyada en el uso de las plantas en ungüentos contra las migrañas, y de técnicas tan exóticas como la litoterapia, a partir de la teoría de los humores, entonces en voga.
La lavanda, por ejemplo, no era recomendable como alimento pero si para clarificar los ojos y eliminar los piojos de quienes inhalaran con frecuencia su penetrante olor, amén de alejar “muchísimas cosas malas” y poner en estampida a los espíritus malignos.
Pocas figuras como ella han recibido un caudal semejante de honores. Como la moneda de plata que el gobierno germano acuñó para conmemorar el noveno centenario de su nacimiento, y el museo dedicado a ella en su pueblo natal.
En el cine, la película A Beatiful Mind, que ganó el Oscar en 2001, incluía una de sus canciones; la directora Margarette von Trotta llevó su vida a la pantalla mientras aparecía también en un film italiano sobre el emperador Federico Barbarroja, personificada por Angela Molina, y motivó sendas emisiones de la BBC y la televisión alemana.
Naturalmente, decenas de grabaciones han rendido homenaje a su música y el compositor Devendra Banhart destacó en un video el aspecto religioso de la santa; el asteroide 898 fue bautizado con su nombre, igual que un cráter lunar, y la escritora Daina Chaviano le dedicó una novela galardonada con el Premio Azorín, relacionando de manera provocadora la vida de una jinetera cubana con el misticismo y los aportes musicales de la ilustre religiosa
Varsovia abril 2021
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