Un septuagenario apestoso
En honor a la verdad, el majestuoso Everest es un poco más anciano, porque brotó hace 60 millones de años de una colisión geológica espectacular y desde entonces no ha cesado de añadir milímetros a su ya respetable estatura.
Pero fue hace 70 años -exactamente el 29 de mayo de 1953, a las 11.30 de la mañana- cuando la pareja del neozelandés Edmund Hillary y el guía nepalí Tenzing Norgay coronaron su cúspide por primera vez, sellando para siempre la suerte de la montaña más alta del planeta.
Desde 2012, cuando lo calificó como el basurero más vergonzoso del planeta, PLANETA VITAL ha reportado la degradación de su ambiente y las presiones de grupos ecologistas sobre el gobierno de Nepal para la adopción de una legislación más severa que preserve la pureza de los Himalayas del turismo multitudinario, y en 2019 registró que el gobierno chino había reducido a una tercera parte el volumen de escaladores por su fachada norte y limitado a la primavera la temporada turística.
Era inevitable que algún día culminase con éxito el siglo de tentativas, a medida que los avances tecnológicos suavizaban el rigor de la aventura. Y también una calamidad, dada la capacidad del ser humano de destruir todo cuando toca –con un beso o un puñal, decía Oscar Wilde- a juzgar por el decreto que las autoridades locales han obsequiado al venerable coloso en el aniversario de su rendición, obligando a la manada de visitantes a guardar sus desperdicios en bolsas provistas de un compuesto químico solidificante y depositarlos en sitios especiales en el campamento base.
Y es que, como denuncia, irritado e impotente, el sherpa jefe del municipio de Pasang Lhamu, que alberga la mayor parte del Everest, “la montaña apesta a mierda” por las deposiciones que van jalonando los senderos y obligan a combinar el alpinismo con la gimnasia acrobática a los miles de trepadores, so pena de verse premiados con tan dudosas guirnaldas.
La ONG local que enfrenta tan maloliente problema cifra en tres toneladas de excrementos el legado anual de los excursionistas, sin contar restos de comida, bombonas de oxígeno, tiendas de campaña y la más variopinta lista de porquerías – incluso cadáveres momificados que afloran gracias al calentamiento global- que representa un riesgo para la flora y la fauna y, por supuesto, la salud de los lugareños.
Como recurso final, el Ejército Nepalí tuvo que desplegar la décima parte de sus efectivos para vigilar y limpiar el Everest y sus hermanos menores: Lhotse, Pumori, Ama Dablam, Makalu, Dhaulagiri, Manaslu y Kanchenjung.
Es un plan conjunto con las comunidades locales, a cargo de la basura biodegradable mientras el resto se transporta por helicóptero a Katmandú, la capital, del cual dependerá la salvación del vapuleado gigante.
Varsovia, febrero de 2024.
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