Roche fue EL CINE
A Fafá
Antes que vacío, Luis Armando Roche, el Gordo, deja un riquísimo legado, porque su relación con el cine desde la infancia, como asistente de su padre, fotógrafo aficionado, abarcó todos los aspectos del Séptimo Arte con una pasión inagotable, y no es aventurado proclamarlo como el realizador más completo en la accidentada historia del cine nacional.
Por la fecundidad que testimonian cinco largometrajes y dos docenas de cortos documentales y la coherencia de una filmografía que continuó experimentos en sus estudios en el IDHEC como Raymond Isidore et sa maison y Genevilliers, puerto de París, donde se aproximó con calidez y simpatía a las pequeñas gentes de la capital francesa.
Ya en Venezuela, fueron obras etnográficas como La Fiesta de la Virgen de la Candelaria, La Bulla del Diamante y Los Locos de San Miguel y, sobre todo sus retratos de artistas naives como Víctor Millán, Manuel Mérida y Feliciano Carvallo, de pintores consagrados como Carlos Cruz Diez y de virtuosos musicales como el Indio Figueredo, a cuya filmación tuve la suerte de asistir en un día ya lejano de 1972; en un amor por las expresiones de la cultura popular que lo llevó a producir tres magníficos long-plays con el bandolista Fulgencio Aquino y otros exponentes del folklore llanero.
Con ellos accedió a la naturaleza en el estupendo documental Como islas en el tiempo, que registró la expedición de Allan Brewer-Carías a los tepuyes de Guayana, con una exquisita fotografía en apoyo de la narración en que el Gordo exhibió otra de las aristas de su personalidad: la curiosidad y el rigor científicos que heredó de don Luis, el padre, y compartió con el hermano Marcel, insigne investigador a quien consignó en un reportaje su entrañable admiración y afecto.
El humor fue ingrediente fundamental en aquellas obras reporteriles y continuó presente en la ficción, abordada por primera vez en 1977 con El cine soy yo, un amable periplo por la geografía nacional de la mano de un teatrero en el que a leguas se veía reflejada la robusta humanidad de nuestro amigo; El Secreto, quizás su película más comercial; Aire Libre, con un nuevo abrazo a la naturaleza tras los pasos de Humboldt y Bonpland, jóvenes aventureros en la selva venezolana; Yotama se va volando, y finalmente De Repente.
Fueron inmersiones en lo autóctono que consolidaron su dominio del oficio y paradójicamente lo conectaron con la industria fílmica internacional, en calidad de asistente de dirección de producciones como La Epopeya del Libertador, a las órdenes del veterano Alessandro Blasetti; La Guerra de Murphy dirigida por Peter Yates en el Orinoco con Peter O´Toole y Philippe Noiret en los papeles protagónicos, y Popsy Pop, culebrón francés con libreto y actuación del legendario Papillón junto a Stanley Baker y Claudia Cardinale.
Y mientras tanto, Luis Armando Roche apoyó con su entusiasmo a Margot Benacerraf para fundar en 1966 nuestra Cinemateca Nacional, escribir varias monografías, incursionar en el teatro, dictar un curso magistral sobre la filmografía de Luis Buñuel en una universidad estadounidense, y, en fecha más reciente donar un fundo de su propiedad en los cerros de Turgua a la Universidad Simón Bolívar.
Vida larga y generosa de creación y camaradería la de Luis Armando, el Gordo que durante medio siglo nos recibió con cariño en Caracas, en casas-museo que rezumaban cine, con vistas espectaculares sobre la capital, o su exiguo pied-a-terre en París, cobijados en cada momento por las imágenes de los ingenuos criollos, bajo la sombra amenazante de una motocicleta que, afortunadamente, jamás nos cayó en la cabeza…
Varsovia octubre 2021
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