NUEVA CIENCIA: ECOHISTORIA
Viejos álbumes fotográficos, hemerotecas, diarios personales, papeles íntimos en fin, devienen, según la revista Nature, una mina invalorable para los estudiosos de la ecología y la climatología.
Es una empeño de importancia creciente por superar vacíos documentales, que, por ejemplo, va más allá de un reportaje televisivo de hace algunos años donde una pareja británica se guiaba por las postales turísticas de principios del pasado siglo para saber el lugar exacto en las playas del Mediterráneo, donde aún ahora los bañistas se congregan y, de paso, extravían monedas, joyas y aparatos electrónicos con cuya venta suelen financiar los muchachos sus vacaciones veraniegas.
Se trata de una especialidad de trascendencia incluso política, cuando algunos líderes mundiales cuestionan la existencia misma del problema climático e infortunadamente carecemos de los registros y estadísticas de suficiente antigüedad que permitirían certificar sin chistar la gravedad de la crisis ambiental.
Gran parte de la búsqueda en los archivos históricos se concentra en asuntos de ecología y climatología, dada la preocupación en boga por los efectos del cambio ambiental, pero los avances en la digitalización han permitido también realizar estudios en astronomía y epidemiología, afirma la prestigiosa publicación.En uno de esos estudios recientes, una científica australiana interesada por precisar la fecha de arranque de la pesca del pargo en las costas de su país, cuyos registros eran disponibles apenas a fines de 1980, hurgó en los periódicos nacionales y halló entre 1871 y 1939 más de 270 informaciones que combinadas con la libreta de un pescador y estadísticas oficiales le permitieron calcular el dato con bastante exactitud.
Son investigaciones pletóricas de sorpresas a condición de poseer el equipo necesario para descifrar documentos que, a menudo, se hallan ocultos en archivos de difícil acceso o presentan retos técnicos que requieren participación de muchos expertos en otras especialidades muy variadas, capaces de detectar sus tendencias y limitaciones.
La cautela ha sido la palabra clave para afianzar esta nueva disciplina en un cuadro histórico mucho más prolongado que la mera existencia vital de los investigadores, extendiéndolo al de numerosas generaciones y adoptando una actitud diferente, como en el caso de astrónomos de una rama novedosa llamada astroinformática, que revisan los hallazgos de antecesores sin telescopio.
La digitalización juega en este proceso un papel notable al incrementar la accesibilidad a los archivos periodísticos, como en el caso de un proyecto que escanea 450 mil imágenes del Harvard College Observatory entre 1885 y 1992; el Venice Time Machine, que a partir de documentos de la mítica ciudad entre los siglos X y XX permitirá estudiar la difusión de la peste en Italia, o el monumental trabajo de la Universidad de Washington en Seattle para escanear un millón de registros meteorológicos de millares de buques entre 1801 y 1983 a fin de mejorar los modelos climáticos.
Se requiere paciencia de fraile para desentrañar el bagaje informativo contenido en los archivos oficiales, las bibliotecas públicas y las sociedades históricas para determinar, como el historiador sevillano Miguel Clavero, que el rey Felipe II fue responsable en 1558 de la importación desde Italia del cangrejo de río.
Sin descartar, por supuesto, las falsedades incurridas por los cazadores en sus declaraciones impositivas, la incapacidad de los epidemiólogos para establecer las causas de muerte durante las frecuentes epidemias de antaño, o, simplemente, la fantasía contenidas en registros climatológicos como el Setbergsannáll, un manuscrito islandés del siglo XVIII.
En síntesis, la colaboración de historiadores y científicos ha de aportar datos importantes y, a veces, sorprendentes al conocimiento de nuestra civilización y plantea a los investigadores el reto de procurarse el respaldo financiero de instituciones, fundaciones y sociedades filantrópicas, indispensable para embarcarse en búsquedas que pueden parecer, a primera vista, de dudoso interés.
Varsovia octubre 2017.
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