MORIR EN LA VIÑA DEL SEÑOR
por Gabriel Rumor
Son tiempos éstos, literalmente hablando, mortales para los cementerios, porque si bien la gente no cesa de morir (¡qué remedio queda¡) se ha puesto de moda la incineración y es difícil hacer frente a los costos operativos por el encarecimiento de los terrenos.
Según el New York Times, así ocurre en los Estados Unidos, donde los gerentes se exprimen la creatividad para atraer visitantes, con sesiones cinematográficas de horror, conciertos en los mausoleos, carreras familiares y clases de yoga encapilladas; el Spring Grove de Cincinnati acoge observadores de aves y organiza visitas crepusculares y noches familiares e incluso consagra un día anual a las mascotas, y en el Mountain Grove de Bridgeport, Connecticut, la gente suele pasear por los senderos en torno al estanque central, admirando la vegetación; y así, según los historiadores, se vuelve un poco al siglo XIX, cuando las hermosas caminerías incitaban a la gente a celebrar picnics y los camposantos se consideraban un atractivo ornamental de las ciudades.
Ahora, la diócesis de Oakland ha decidido sacar provecho a su cementerio, gracias a la vecindad de sus ocho hectáreas con terrenos que producen vino de la más divina calidad, desde que un avispado administrador comparó el costo de su mantenimiento con el del simple césped, verde pero improductivo, y se lanzó al cultivo de un caldo que originalmente se destinaba al servicio litúrgico hasta que los catadores descubrieron sus potencialidades comerciales.
Así, ahora, en el cementerio del Santo Sepulcro de Oakland, el obispo Michael Barber, organiza sesiones de degustación de mostos premiados en competencias internacionales en Monterrey y San Francisco; y, con buen olfato comercial, ofrece, por un extra en la factura, sepulturas mejor ubicadas en el corazón mismo de los viñedos
“Es la misma dinámica de los precios en el juego de béisbol, explica el administrador, donde se paga más por sentarse junto al home plate que en las gradas”, mientras en la catedral de Oakland, junto a los rosarios, las estampitas piadosas y la estatuillas de la Virgen María, el obispo Barber pone al alcance del público las botellas de sus caldos estupendos…
En resumen, las cosechas han devenido un negocio promisorio y aunque el objetivo no sea exactamente lucrativo y la mayor parte del vino de consagrar se reparte entre 45 iglesias y se realizan donativos para becas en las escuelas parroquiales, a partir de este año esperan recuperar los gastos, apoyados en la publicidad del sitio web, Facebook y un blog y descuentos otorgados a los miembros de un club, con ofertas tan irreverentes como el racimo del obispo, de dos botellas, la colección del cardenal, de cuatro, y el paquete papal, de seis.
Varsovia julio 2016.
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