Monsanto: ¿ángel o demonio?
Es la pregunta que deja sin contestar el enviado especial del Independent londinense a las vastas instalaciones a las afueras de San Louis, rumbo a Kansas City, de Monsanto, la transnacional que desde hace más de veinte años lidera a escala mundial el desarrollo de los cultivos genéticamente modificados.
Cada uno de sus 26 invernaderos aloja hasta 650 plantas de todos los tipos, tamaños y variedades, en condiciones semejantes en lo posible, a los de la propia naturaleza: maíz cubierto con bolsas de papel para impedir la contaminación del polen o plantas de colza, herméticamente envueltas en tejidos de muselina blanca para atrapar miles de moscas fruteras para su polinización; o plantas de soya y algodón con flores hermosísimas.
Allí, dice el matutino, se entrecruzan la ciencia y la naturaleza para simbolizar, según el punto de vista, un paso ambicioso en la lucha para alimentar a una población que no cesa de crecer, o una empresa antinatural que desafía a Dios y cuyos propósitos lucrativos soslayan las consecuencias desastrosas que podrían generarse en la salud humana y el ambiente.
Y es que, desde que Monsanto patentó en los años 90 las primeras plantas de soya resistentes a los herbicidas, ha estado en la mira de quienes denuncian la moderna agricultura en gran escala y la acusan por la ola de suicidios en los campos hindúes, de crear semillas “terminator” para el control de la cadena alimentaria y de silenciar los estudios científicos que asoman dudas sobre la confiabilidad de los productos en que basan su prosperidad financiera.
Sus directivos insisten en que los cargos carecen de fundamento y no entienden por qué sólo se estigmatiza a Monsanto cuando por lo menos otras cinco compañías comparten sus actividades en los cultivos genéticamente modificados; quizás porque fue la pionera en ese campo y si bien ahora produce únicamente semillas y un herbicida, quedó asociada desde su fundación en 1901 con insecticidas tan controversiales como el DDT y el agente Orange y la hormona del crecimiento bovino.
La controversia se ha intensificado con lasdenuncias a raíz del partenariado suscrito con la USAID y la Fundación Bill y Melinda Gates para suministrar tecnología y, en particular, maíz resistente a la sequía, al Continente africano, sin costo alguno, y un alto funcionario de la empresa no ve contradicción alguna entre el millardo de dólares de beneficios anuales, y el influjo positivo de la empresa en un mundo obligado a duplicar el volumen de alimentos en los venideros 35 años.
Es el precio que, según sus ejecutivos, deben pagar por enfocarse completamente en la agricultura y el estímulo a la productividad con una suma enorme a invertirse en investigación para sumar otras semillas, modificadas o no, a las que Monsanto puso en el mercado estadounidense para, según afirman, incrementar dramáticamente las cosechas, reducir los precios al consumidor y fortalecer la seguridad alimenticia a escala global
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