Lula se ecologiza
En Brasil, después de siete meses en funciones, el gobierno del presidente Lula de Silva ingresó finalmente en el escenario internacional con la convocatoria de sendas reuniones en la ciudad de Belem do Pará, centradas en el tema ecológico que el carismático-controvertido líder sindicalista proclamó en enero como caballito de batalla fundamental de su tercera presidencia.
Días antes, la ministra Marina Silva, que asumió la ingrata tarea de reconstruir el ministerio del ambiente, desmantelado por la Administración Bolsonaro, había anunciado una ralentización del 42% de la deforestación amazónica, uno de los objetivos prioritarios del nuevo gobierno; mientras un primer contacto con los representantes de Indonesia y la República Democrática del Congo echaba a caminar otro de ellos: la creación de una suerte de tricontinental forestal para preservar los bosques húmedos.
Una interesante iniciativa por tratarse de los países poseedores de más de la mitad de las selvas del planeta, amenazadas por la industria maderera, la minería ilegal y el crimen internacional.
Ahora, en la bullente capital del norte brasilero, Lula reactivó el Pacto Amazónico, que dormía plácidamente desde hacía catorce años, con representantes de los ocho países que comparten la cuenca del río majestuoso; una superficie de casi 7 millones de kilómetros cuadrados – 750 mil de ellos arrasados en el solo año 2021- donde cohabitan alrededor de 50 millones de personas con una variopinta reserva zoológica, que contiene la quinta parte de las reservas hídricas y representa el pulmón natural más importante del globo.
En alas de la poesía, Lula habló de la Amazonia como un vergel de posibilidades al alcance de la voluntad, con ciudades más verdes, un aire más limpio, ríos libres de mercurio y forestas protegidas del crimen organizado, con alimentos, empleos dignos y servicios públicos al alcance de todos, con niños más sanos, migrantes bien acogidos y pueblos indígenas respetados, al horizonte tan vecino como el año 2030.
Un sueño basado en cuatro pilares –la protección ambiental, la inclusión social, el desarrollo económico y la innovación tecnológica- tan hermoso como los tucanes y que enfrenta dificultades tan formidables como hacer hablar a esos pajarracos multicolores.
Por ejemplo, los emprendimientos petroleros del propio Brasil en la ría del Amazonas, mientras el presidente colombiano volvía a insistir en el reemplazo del modelo energético hidrocarburífero y el boliviano cuestiona las acciones contra las deforestación; la depredación rampante del Arco Minero guayanés apadrinada por el régimen venezolano, y el tema peliagudo de los derechos indígenas sobre las tierras ancestrales.
Y, por último y quizás más importante, la financiación de un programa tan ambicioso cifrado en cien mil millardos de dólares, porque, hablando ya en prosa, el mandatario insistió en que el respaldo internacional es clave en la protección de una Amazonia como patrimonio mundial y urgió a movilizarse con urgencia, antes de la conferencia COP28 que sesionará en Dubai el próximo noviembre.
La extensa declaración de la reunión del Pacto Amazónico no ha convencido a muchos analistas que esperaban acciones más contundentes, fuera del alcance, sin embargo, de un presidente limitado por un congreso opositor animado de una postura obstruccionista que redujo las competencias de los ministerios del ambiente y de pueblos indígenas.
Pero, como escribía PLANETA VITAL a principios de año, estas iniciativas y la presencia del canciller Mauro Vieira, un diplomático profesional que retornó al Palacio de Itamaraty marcando distancia con las dictaduras regionales que disfrutaron de la simpatía y los fondos del Lula original, permiten abrigar una cautelosa esperanza en las acciones del coloso sudamericano, de cuyo éxito depende sin duda alguna el bienestar del planeta.
Varsovia, agosto de 2023.
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