Lecciones de un infierno
El infierno ancló hace un año en Lahaina, la capital de Maui, una isla perdida en el Océano Pacífico, por una conjunción excepcional de circunstancias cuya primera víctima fue la imagen, acuñada por la publicidad y el cine, de un paraíso que nunca existió, porque desde que el rey Kamehameha I arribó en 1801 ha sido devastada por huracanes, tsunamis, terremotos y volcanes que sepultaron pueblos enteros.
Pero en agosto de 2023 se juntaron una canícula particularmente severa y una sequía excepcional con vientos superiores a los 108 kilómetros por hora, derivados del huracán Dora que pasó a cierta distancia, intensificando la evaporación de terrenos abandonados que ahora albergan densos pastizales, ideales para la propagación veloz de incendios con el auxilio de la topografía local. Y, como guinda del pastel, el burócrata local a cargo de las emergencias asumió la torpe decisión de silenciar el sistema de alarma destinado a los tsunamis, improvisando una caótica evacuación que segó la vida a un centenar de vecinos.
En la base del desastre estaba la explotación turística, por la necesidad de mantener las piscinas y la lozanía de campos de golf cuyos visitantes dejan millardos de dólares anuales, y la voracidad de los urbanizadores, así que el agua brilló por su ausencia mientras las llamas engullían más de trece kilómetros cuadrados por cuyas ruinas se ofrecieron precios irrisorios mientras humeaban todavía los tizones.
Fue un drama que reveló la decrepitud de la infraestructura urbana -porque los pilares de transmisión eléctrica colapsaron bajo el viento y contribuyeron a la violenta expansión de las llamas–y expuso los riesgos de una economía sometida a las exigencias exageradas del turismoy que, afortunadamente, ha propiciado un cambio de actitud de las autoridades en el tiempo escaso transcurrido.
Ahora, en el aniversario, el Gobernador de Hawaii anunció que un grupo de entes comerciales y estatales aceptaban pagar 4 millardos de dólares como parte de las indemnizaciones, en el marco de una apuesta al empoderamiento de las comunidades locales en iniciativas bio culturales que reduzcan el riesgo de un ulteriores incendios. Por ejemplo, restableciendo cultivos endógenos como la fruta- pan y la acuicultura que satisfarían las necesidades de alimentos y zonas de esparcimiento.
Un cambio que no será sencillo ni inmediato, al tratar de revocar una tendencia que se remonta a fines del siglo 19, cuando una reina fue destronada por inversionistas estadounidenses, ávidos de tierra y agua para cultivos de piña y caña de azúcar que alteraron drásticamente el equilibrio natural y, más recientemente, por la actividad turística, de mayor rentabilidad.
Un estudio registró en el lapso de 1999 a 2022 alrededor de 370 incendios que devoraron más de 141 mil hectáreas en las islas hawaianas, sobre todo en Maui, y revertir tal tendencia hará indispensable recurrir a prácticas indígenas como plantaciones de vegetación resistentes al fuego, y una reforma agraria. Por razones de justicia pero, sobre todo,pragmatismo, para reducir el costo de la tierra y facilitar el asentamiento de las comunidades locales.
Una autentica revolución que necesita créditos federales y orientación oficial para los residentes que vieron impotentes como las llamas consumían su patrimonio. Sin proscribir, de ninguna manera, el aporte del turismo, pero de nuevo cuño, más involucrado en la preservación del ecosistema y en relación más estrecha con vecinos que hasta ahora añadían el necesario toque de exotismo.
En resumen, lo que ha planteado un equipo de funcionarios y académicos de Hawaii y California es aprovechar la coyuntura para relanzar el futuro de Maui, anulando con protagonismo ciudadano la repetición de catástrofes similares, en una operación que podría resultar ejemplar para las demás islas del Pacífico.
Varsovia, octubre de 2024.
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