Lágrimas por cocodrilo
Sólo un país como la India podría haber derramado lágrimas por un cocodrilo, pero, en efecto, corrieron auténticas y a raudales cuando los vecinos de Majeshawaram, en la sureña provincia de Kerala, incineraron hace pocas semanas a una sauria, extrañamente vegetariana, que vivió medio siglo del arroz y las frutas que aportaban los devotos del templo Ananthapadmanabashswami.
Babiya fue llevada a hombros en una mortaja de lienzo blanquísimo sobre un lecho de hojas de coco, coronada con una guirnalda de flores de naranja, en una demostración del respeto que la milenaria civilización hindú atesora por el reino animal.
Por las vacas, en primer lugar, cuyo sacrificio está prohibido, consideradas las criaturas más sagradas porque de ellas descendemos todos los seres humanos; los toros, venerados como benefactores de la agricultura en multitudinarios festivales en tiempo de cosechas; los monos, que habitan infinidad de templos asumiendo la forma del dios Hanuman, y los ratones, asociados con otro, el poderoso Ganesha – que comparte su cabeza con el elefante- objeto de ofrendas alimenticias en eventos públicos y en los rincones de las viviendas particulares.
También se adora a los caballos como símbolo de fuerza y liderazgo, aunque fueron sacrificados en el Ramayana, la monumental obra literaria nacional, para atraer el bienestar y la prosperidad; y a los cuervos, conexión con los antepasados, alimentados con prioridad con bolas de arroz en las ceremonias funerarias.
Los perros generan culto, igual que el tigre y el león, mensajeros de la diosa Durga y victimarios de reyes crueles y tiranos, y las intocables serpientes que se enroscan en el cuello del dios Shiva y motivan el Nagpanchmi, uno de los festivales más coloridos; el pavorreal, el ave nacional que adorna la corona del dios Krishna, y la reflexiva lechuza, vehículo de Lakshmi, diosa de la salud y responsable de nuestra felicidad.
Que cualquier vida es sagrada, proclama la Declaración Hindú de la Naturaleza, inspirada en la idea del karma según la cual cualquier violencia o iniquidad nos será retribuida el futuro, incluso la aplicada a un chimpancé o una vaca que, conforme el concepto de reencarnación bien pudieran ser algún abuelo remoto al cual debemos solícito amor y, además, porsilasmoscas, para curarnos de retornar transformados en algún bichejo repugnante equivalente a nuestra maldad.
Muchos hindúes están convencidos de que debemos tratar el mundo sin egoísmo para mantener el balance natural y profesar respeto por lo que nos ofrece la divina providencia; así lo repiten sus libros sagrados y el mismo Gandhi proclamó la protección a las vacas como un don al mundo de un hinduismo que viviría mientras respetase esa conducta.
Por eso, bendecido por los sacerdotes, fue Babiya objeto de una dieta especial de prasadam, el menjunje de arroz, frutas y azúcar de palma que solía consumir al salir de la gruta que habitaba en el lago al amanecer y en el crepúsculo, desdeñosa de los peces y, por supuesto, incapaz de dañar a los visitantes que lo acariciaban para hacerse de buena fortuna.
Los fieles afluyeron siempre de todo el país, convencidos de su condición divina y ahora, al desaparecer a una edad estimada en 75 años, el ministro hindú de agricultura le rindió un vibrante homenaje, agradeciendo su callada e infatigable labor de guardiana de ese rincón sagrado.
Varsovia, octubre 2022.
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