LA RUTA VERDE DE GINEBRA
Forzada al confinamiento como todos los habitantes de Ginebra, Thora Andersen ha comenzado a redescubrir los encantos de su villa señorial, entre los cuales figuran, minuciosamente catalogados – !faltaría más, en Suiza !- medio millón de árboles de 750 especies, la mitad de ellos especímenes aislados. Un record absoluto en el Viejo Continente.
La Ruta Verde de GinebraUn prodigioso patrimonio que la TRIBUNE DE GENEVE explica por la historia del cantón, apasionado de la botánica y la dendrología desde hace tres siglos y sobre todo cuando en el XIX las grandes familias patricias se ensarzaron en una competencia para importar pinos de España, sequoias, pinos negros, cedros del Líbano y otras plantas exóticas, o traerlas de sus excursiones por el mundo, a fin de engalanar sus vastos jardines y consolidar su prominencia social.
Es una riqueza al alcance de todos en los parques locales, antiguas propiedades burguesas que ahora son de acceso público, por donaciones o adquisición oficial, rigurosamente controlados desde los años 1960-70 cuando los ciudadanos debieron organizarse contra la apetencia urbanística para preservar los espacios verdes y las viviendas a renta moderada, hasta desembocar en la ley cantonal de protección, una de las más severas en toda la Confederación suiza.
De los 238 mil ejemplares aislados que se hallan registrados en el inventario cantonal informatizado, algo más de doscientos ostentan el rango de remarcables –otorgado por la Oficina Cantonal de Agricultura y Naturaleza (OCAN)- tras superar un examen muy exigente de sus dimensiones, su rareza, su mención en el primer inventario elaborado hace 45 años, el estetismo, el interés histórico y su ubicación en el paisaje.
Son árboles que merecen una particular atención porque se sabe que, no importa cuan enormes y majestuosos, o precisamente por ello, están amenazados por los veranos cada vez más secos y la contaminación urbana, y deben ser vigilados para asegurar su riego o dotarlos de soportes, como el nogal de Meinier, cuando sus ramas se fragilizan y amenazan caer al suelo ; seres vivos y sensibles a los que alegra una visita, y por éso se ha trazado un circuito en nueve etapas para recorrer la ciudad en bicicleta y rendir homenaje a esos mudos guardianes, con frecuencia centenarios.
Arce de la CapadociaEl punto de partida es el castillo de Penthes, junto a la raíz de una sequoia gigante que colapsó en 1993 ; pocos minutos después se llega a un plátano de Oriente, sembrado hace 120 años y, luego a un arce de la Capadocia caucásica que se torna dorado en el otoño y, más allá, en el parque Beaulieu, a dos cedros del Líbano, los más viejos del país, plantados en 1735 con granos traidos de Inglaterra a París y de allí hasta Ginebra, escondidos en un sombrero.
Sigue una encina verde en el parque Geisendorff, a lo largo de la calle de Lyon, que no pierde sus hojas en el invierno y tiene una compañera igualmente resistente a la entrada del cementerio de los Reyes.
De seguidas, en la plaza de la Universidad, se hallan tres almeces de Provenza, también remarcables, condenados quizás a la tala por la amenaza de un hongo que les roe las entrañas ; un ginkgo en el paseo des Bastions, que flanquea el busto del ilustre botánico Augustin Pyramus De Candolle, que soñó hace dos siglos con inventariar toda la riqueza vegetal del planeta, y un gran plátano, protegido de los depósitos de bicicletas adyacentes, que llegó de la plaza des Alpes al paseo des Bastions en 1878.
Y, finalmente, en la avenida de Frontenex, se admira un cedro del Líbano sembrado en 1820 por el alcalde de Eaux-Vives para celebrar el nacimiento de uno de sus hijos, culminando con un racimo de sequoias en el centro del parque de esa municipalidad, plantadas probablemente durante la Exposición Universal de 1896.
Varsovia, mayo 2020.
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