LA PESTE, FIEL COMPAÑERA
Sonará el Covid-19 el canto de cisne de nuestra civilización o pasará a la historia como las otras trece pandemias que azotaron a la humanidad en los últimos treinta siglos, se pregunta el CORRIERE DELLA SERA, diario emblemático de la Lombardía donde se incubó el flagelo que ya afecta a todas las regiones de Italia.
Todas o casi todas surgieron del salto a humanos de especies animales, selváticas o domésticas, a través de sucesivas mutaciones genéticas, actuando como conductores los pollos, los patos, los cerdos, bovinos, dromedarios y murciélagos, sobre todo en Asia y China en `particular, donde las bestias han vivido siempre en estrecha vecindad con el hombre.
Eran virus y bacterias que morían al nomás entrar en contacto con los pequeños poblados en los bosques, pero devinieron asesinos implacables en las ciudades medievales europeas, sobrepobladas y carentes de higiene y, en nuestra época de urbanismo masivo y globalización, con industrias a las puertas de las metropolis y un mercado cada vez más vasto de animales dentro de las megalópolis chinas han llegado a producir millardos de víctimas en el curso de los siglos.
Con guerras, migraciones, derrumbes imperiales, caída de sistemas económicos y poderes religiosos y persecuciones ideológicas, cada una de ellas cambió el curso de la historia en la lucha agónica entre el hombre y su habitat, del cual fue distanciándose y liberándose mediante el intelecto; quedándole a la naturaleza como único recurso las catástrofes que suelen ocupar los espacios mediáticos, para recuperar su espacio primigenio.
La Peste Ateniense de fiebre tifoidea de 430 a 426 AC, mató entre 70 y 100 mil personas, Pericles, entre ellas, su líder y jefe de la guerra que entonces mantenían contra Esparta; en el 130 DC, la Peste Antonina liquidó entre 5 y 10 millones, probablemente de viruela importada por las legiones en su campaña contra los bárbaros, marcando según algunos historiadores el comienzo del fin político-militar del Imperio Romano; en Constantinopla, del 541 al 542, con ramificaciones hasta el 750, las ratas provocaron la Peste Giustiniana, hasta con cien millones de muertos y el inicio del ocaso del imperio bizantino; del 1346 al 1353 sucede la Peste Negra que portan las hordas tártaro-mongolas por la Vía de la Seda, cambiando el rostro agrícola del Medievo cuando los campesinos espantados abandonan sus cultivos por las ciudades, se escenifican pogroms contra los judíos, presuntos culpables, y se oscurece el prestigio de la Iglesia por la incapacidad de sus plegarias para yugular la epidemia, preparándose el clima moral e ideológico para el fenómeno de la Reforma luterana.
Más tarde, de 1629 a 1630 la Peste Manzoniana, circunscrita al norte de Italia, fue consecuencia del paso de los ejércitos lasquenetes con el balance de un millón de muertos, desestabilización social, carestía, campos abandonados, revueltas rurales y guerras civiles y sociales.
La llamada Gripe Española entre 1918 y 1920 fue particularmente letal porque golpeó una Europa fragilizada por la Gran Guerra y se expandió a los Estados Unidos con los movimientos de las tropas desmovilizadas, al punto de causar entre 50 y 100 millones de víctimas, un tsunami demográfico y migratorio y una crisis financiera que se llevó en los cuernos a la república de Weimar y abrió el camino al fascismo en Italia y al nazismo en Alemania.
En 1956 -prosigue el matutino milanés- asistimos a la epidemia provocada por los patos silvestres de China que duró dos años y dejó un millón de muertos sin perturbar, no obstante, el boom económico auspiciado por el Plan Marshall de post-guerra, y más recientemente, arribó el SARS, la primera epidemia de coronavirus del milenio, muy contagiosa aunque poco destructiva, originada, una vez más, en China, por los patos selváticos de la antigua provincia de Cantón.
Ahora, es todavía prematuro (¿o quizás demasiado tarde?) vaticinar qué cambios aportará ésta que parece la pandemia más devastadora, por generalizada y multifacética, que jamás haya golpeado a la humanidad, y, sin embargo, basta revisar los medios, asomarse por la ventana o burlar la vigilancia para caminar por las calles desiertas de nuestras ciudades, para detectar que una nueva realidad se va consolidando día tras día, contradictoria y desconcertante.
A la medida de una sociedad globalizada que no termina de asumir, precisamente, su carácter planetario y las responsabilidades que con él vienen aparejadas.
Varsovia abril 2020.
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