Japón: un pueblo de monigotes
MIRAMUNDO por Gabriel Rumor, Corresponsal Internacional
En Nagoro, la artista Tsukimi Ayano intenta paliar con sus monigotes la crisis demográfica que, sin remedio, va transformando al Japón en una sociedad de ancianos.
El Guardian londinense ha paseado por un villorrio donde los escolares están en sus pupitres, embebidos al parecer por la lección del su maestro; un grupo de viejecitos hace cola en la parada del autobús y un muchacho descansa junto al río, protegiéndose con su gorra de béisbol. Todo evoca la normalidad de un rincón provincial, con la única diferencia de que todas ellas son figuras inanimadas en lugar de la gente de carne y hueso que, hace tiempo, murió o emigró a sitios más vibrantes.
A megalópolis como Osaka, precisamente, de cuyo frenesí escapó la artista de 65 años para refugiarse en este rincón de la isla de Shikoku donde vive su papá, de 85, el más longevo del lugar, y ella ha diseminado más de 160 muñecos para compensar el descenso en picada –de 360 a sólo 30- de la población que ella conoció en su infancia.
Para recordar, por ejemplo, a una anciana que solía visitarles a la hora del té o el vecino que tomaba sake y le contaba historias; personajes de un microcosmos que refleja la tendencia decadente, irreversible al parecer, de la población nipona, con menos matrimonios y bajo índice de natalidad y una población senil que subsiste gracias a una dieta tradicional de poca grasa y un servicio de salud gratuito, que es cada vez más oneroso.
Se prevé que en treinta años la población actual de 128 millones descenderá de los cien millones y, si este pobre planeta existe todavía dentro de un siglo, a 45 millones, y, mientras tanto, el gobierno estima que más de diez mil ciudades en todo el país enfrentan ya un auténtico problema de supervivencia.
Como este Nagoro, donde los monigotes de la señora Ayano, hieráticos y congelados, intentan animar la escuela primaria que cerró hace dos años por carencia de infantes.
Varsovia enero 2015.
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