Gorbachov, un digno fracaso
Numerosos recuerdos guardamos de nuestra permanencia en Moscú mientras la Unión Soviética agonizaba, en ocasión de la muerte de Mihail Gorbachov, el último presidente que enfrentó la misión absolutamente imposible, la cuadratura del círculo, de aggiornar aquel coloso enfermo, insertando a Rusia en la sociedad internacional.
Tiempos decadentes aquellos en que la transmisión del discurso de Leonid Brezhnev ante el 26to congreso del partido comunista se suspendió, concluyendo la voz engolada del locutor oficial lo que debió decir el líder exhausto, sin que Pravda o Izveztia revelasen los motivos del eclipse ni persona alguna se atreviera al menor comentario; y de la serie de carcamales que murieron después en un trono más rancio aún que el Vaticano, hasta transarse por un dirigente !de apenas 54 años! Pese a la roncha que sus opiniones levantaban en las reuniones partidistas.
Tiempos de estrechez donde mi amigo Anatoli, doctorado historiador con media docena de libros, compartía con tres familias una habitación tabicada con su biblioteca, con baño y cocina comunes, y leía con avidez las publicaciones occidentales en una operación digna de James Bond; del almirante o coronel que en el metro, inadvertidamente, dejaba escapar del maletín no los códigos secretos para el holocausto nuclear sino la suculenta longaniza que acababa de conseguir por un golpe de suerte, y de la corrupción que añadía una botella de vodka o un paquete de winstons a la compra de boletos para el ballet Bolshoi o la instalación de una línea telefónica.
Tiempos de terror, cuando Sergei, el laureado astrofísico que compartía las diapositivas de sus vacaciones en Crimea, intentaba con nerviosismo ocultar una que mostraba la silueta lejanísima de una torre de comunicaciones, borrosa e imposible por supuesto de ubicar en el caso de un ataque imperialista; de los turistas alineados en místico silencio, temblorosos de un regaño de los guardias ante la momia de Lenin, y de los doscientos millones de rusos que precisaban de un pasaporte y el visto bueno de la policía para movilizarse incluso dentro de las fronteras de su república socialista.
Tiempos de ineficacia cuando el cumplimiento de un absurdo plan quinquenal forzaba a producir una misma mercancía en dos ciudades que después la intercambiaban para satisfacer sus cuotas, en trenes desprotegidos contra la intemperie y los rateros, para un público que despreciaba su pésima calidad; de electrodomésticos inútiles por la falta de energía, o de patentes medicinales que debían pasar el control de docenas de oficinas gubernamentales antes de llegar, obsoletas, a las farmacias.
Tiempos de costosas aventuras internacionales en Africa, Latinoamérica y, la guinda del pastel, Afghanistan, a costillas de una población que tiritaba en las colas invernales para proveerse de los bienes más indispensables y debía aguardar a que en alguna fiesta patriótica aparecieran mangos cubanos, naranjas argelinas…o incluso, para aliviar nuestra nostalgia, picantes sardinas margariteñas…
Tiempos, en fin, de depredación del medio ambiente, como reveló en El Rojo y el Verde el académico Boris Komarov (un pseudonimista bien dateado), de cotos de caza exclusivos de la Nomenklatura que diezmaba desde helicópteros la riquísima fauna siberiana, caprichosos agro-proyectos en el Asia Central como el que produjo la desaparición del mar de Aral y el fiasco monumental de Chernobyl que puso al planeta al borde de una catástrofe atómica.
¡No! cien gorbachovs y el icono más milagrero de la catedral de San Basilio habrían fracasado en la transición democrática de aquella sociedad viciada por milenios de despotismo zarista y dictadura comunista, refractaria a glasnosts y perestrojkas; de un imperio que implosionó, al nomás percibir la impotencia de Moscú, derribando el Muro, alborotándose los pequeños países bálticos y sacando las uñas la periferia hasta entonces satelizada para exigir el ingreso a la OTAN y la Unión Europea.
Su afable sonrisa, la fresca e insólita imagen de una pareja presidencial bien avenida y todas sus maniobras diplomáticas poco pudieron, además, frente a un obtuso liderazgo occidental que al humillarlo dio armas a sus enemigos interiores, perdiendo la oportunidad dorada de abrirse al nuevo milenio con una propuesta internacional basada en la integración del gigante herido; el mismo que ahora reclama en Ucrania el puesto que cree pertenecerle en el escenario mundial.
Que Gorbachov aceptara el reto, sabedor de la imposibilidad de triunfar, lo ennoblece, igual que su rechazo a la violencia que reclamaban en el Kremlim los halcones y la honestidad que caracterizó su acción hasta obligarlo a intervenir, ya anciano, en un spot publicitario de hamburguesas, para sobrevivir con dignidad mientras sus antiguos camaradas, travestidos en ávidos capitalistas, se repartían las ruinas del imperio.
Varsovia, septiembre 2022.
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