En China, tristes tigres
MIRAMUNDO por Gabriel Rumor, Corresponsal Internacional
En China, muchas cosas comienzan a moverse en el campo de la protección animal, a medida que la población se organiza y se moviliza contra la depredación rampante del capitalismo salvaje impulsada por el régimen comunista.
En los últimos días del 2014, la prensa informó desde la provincia de Guangdong, la condena a trece años de prisión de un hombre de negocios y sus cómplices, por comprar tigres para sacrificarlos con descargas eléctricas y comerlos y hacer vino con su sangre.
La agencia de noticias oficial Xinhua confirmaba así reportes aparecidos en medios europeos sobre la vida especialmente penosa de los felinos en China y las denuncias del INDEPENDENT londinense, en el marco de una extraordinaria serie de verano consagrada a la precaria situación de esta especie sobre la faz del planeta.
Porque, de espaldas a las protestas internacionales, hay más tigres en las granjas de China, viviendo en cautividad y mal nutridos, que salvajes en el resto del mundo. Para divertir a los curiosos y, después de muertos, servir con sus cuerpos para fortificar una bebida local (que debe saber a diablos) aunque el comercio fue prohibido en 1993
A 250 dólares la botella, la Xionsen Wine Company, ofrece un producto a base de huesos de animales de ocho años, robustecido con los penes del hermoso felino, cuyas pieles han devenido, mientras tanto, elemento decorativo indispensable en las mansiones de la nueva élite comunista.
Un funcionario de la empresa ha explicado al diario británico que si bien los envases tienen la forma del animal, sus restos no son visibles, por la prohibición oficial, y que, de todas formas no se infringe la ley, porque la expectativa de vida de los animales ronda los diez años y se echa mano a los que mueren por causas naturales.
El Guilin Xiongsen Tiger and Bear Mountain Village es la granja más grande del país y ha sido objeto de numerosísimas denuncias de ONG que asistieron a sangrientos espectáculos, dignos de un circo romano, en que una jauría se cebaba en vacas vivas que terminaban rematadas…! a golpes de tractor!, para regocijo del público.
Otros testigos se han horrorizado ante la imagen de felinos desdentados y desprovistos de garras, que deben saltar a través de aros en llamas o hacer grotescos malabarismos sobre pelotas gigantescas o a lomo de caballos.
Son dos shows diarios, pero más que el turismo, es el comercio de pieles y animales vivos, teñido por la atmósfera de codicia y corrupción que prevalece en el país, lo que mueve las doscientas granjas que en China albergan alrededor de cinco mil ejemplares, como fue admitido hace poco por el gobierno a las instancias internacionales.
Incluso, la prensa local se hizo eco hace pocos meses de sesiones festivas, orquestadas con la matanza de animales que terminaban rostizados en la mesa de los prósperos patrocinantes, y forzaron al anuncio de sanciones para preservar las especies amenazadas de extinción.
Hay una creciente presión del público y de personalidades como el actor Jackie Chan, pero subsiste una zona gris en torno al status de las fieras en las granjas, que, según se sospecha, son sacrificadas con fines comerciales.
Pero, para terminar en una nota más risueña, aunque el gobierno enfrenta críticas por su complacencia ante el tráfico ilegal, el que admitiese recientemente el problema en una reunión internacional y condenas como ésta del empresario y sus secuaces, inducen al optimismo moderado de algunas ONG proteccionistas, porque aún sin reformar la legislación, parecieran abrirse las puertas a un escrutinio más estricto del problema.
Varsovia, enero 2015.
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