En Amsterdam reina la bicicleta
Amsterdam, hoy día, es una ciudad en las manos, o los pedales más bien, de la multitud de ciclistas que circulan por sus avenidas y las estrechas callejuelas a lo largo de los pintorescos canales, sin hacer caso a las reglas del tránsito; sometiendo, literalmente, a los automovilistas por la masa de sus 850 mil usuarios; y el fenómeno es común en todas las grandes ciudades holandesas.
Ahora reinan los ciclistas, expresa el Guardian londinense, pero no siempre fue así, porque en los años 50s y 60s, hubo que plantear una feroz resistencia para evitar su desaparición ante el boom automotor de la post-guerra.
Zonas extensas de Amsterdam fueron arrasadas para construir autopistas, el uso de bicicletas decreció a un ritmo del 6% anual y hasta llegó a pensarse que en algún momento quedarían como objetos de museo. Pero aquello no fue impune, porque en el sólo año de 1971 se contabilizaron 3.300 muertos en accidentes de tránsito, entre los cuales 400 niños, y la sociedad reaccionó airada con movilizaciones como la que entonces liderizó una joven parlamentaria, furiosa al constatar que la ciudad había dejado de pertenecer a los ciudadanos.
Activismo y desobediencia civil marcaron aquellos años 70s cuando se demostraba ante la residencia del Primer Ministro y la gente comía en mesas en medio de las calles bloqueadas mientras los pequeños jugaban fuera de peligro y, lo más significativo, con el respaldo de la misma policía.
La campaña obtuvo un subsidio del Gobierno holandés, fijó su cuartel general en una antigua tienda y comenzó a divulgar sus propuestas por una planificación urbana más segura, que, eventualmente, se tradujo en calles más amistosas gracias a los obstáculos que ralentizaban la circulación.
A eso siguió la primera Unión de Ciclistas que organizaba ruidosas manifestaciones con triciclos y megáfonos e incursiones nocturnas para trazar rutas ilegales en las calles que se consideraban peligrosas, y si bien fue objeto de arrestos en un principio, pronto devino un tema periodístico que forzó a los políticos municipales a ocuparse del asunto.
Factores como el suave clima y una geografía plana contribuyeron a refrescar la tradición ciclista del país, tanto como la cifra de accidentes y, desde luego, la primera crisis petrolera de 1973 que cuadruplicó los precios de la gasolina e indujo a las autoridades a sugerir un cambio de estilo de vida y de ahorro energético y prohibir la circulación en ciertos días de la semana.
Poco a poco, la clase política comenzó a captar las ventajas de la nueva situación y fue así como en los 80s, las ciudades y poblados, con La Haya, Tilburg y Delft a la cabeza, fueron adoptando medidas de estímulo a las bicicletas, y el resultado es que ahora existen 30 mil kilómetros de rutas y más de un cuarto de todas las movilizaciones se realizan en dos ruedas (comparadas con sólo 2% en Inglaterra) e incluso el 38% en Amsterdam y 59% en la ciudad universitaria de Groningen; numerosas ciudades han creado servicios municipales para el mantenimiento de la rutas y se suman más y más usuarios gracias, en parte, al uso de las bicicletas eléctricas.
La Unión Ciclista ha pasado de ser un grupo de aficionados a una organización con 34 mil adherentes cotizantes, cuya experiencia es solicitada mundialmente y que aspiran modernizar la infraestructura nacional, enfrentados a los planificadores que insisten en dar prioridad a las cuatro ruedas.
Varsovia mayo 2015
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