China, los riesgos de comer con palillos
Es un rasgo común a la civilización oriental, pero el factor demográfico hace que una de sus costumbres culinarias ancestrales sea particularmente negativa en China desde el punto de vista de la ecología porque, según revela un reportaje de la Asociated Press, cada año debe abatirse el equivalente a 3.8 millones de árboles para fabricar los 57 millardos de pares de palillos que su gente utiliza al sentarse a la mesa.
Los vietnamitas han optado por el plástico y en los restaurantes de Corea los palillos son metálicos y reutilizables, pero en China una mitad son todavía de madera de algodón, abedul y abeto y la otra de bambú, destinados en su gran mayoría al mercado local y, el resto exportado al Japón, Corea del Sur y los Estados Unidos.
La exótica y, para algunos, incómoda costumbre, es una auténtica calamidad, si hay que creer en un informe de las Naciones Unidas de 2008 según el cual unas 28 mil kilómetros cuadrados de bosques asiáticos caen bajo el hacha, año tras año, privando al planeta de la capa vegetal tan necesaria para absorber el dióxido de carbono.
Y es por eso que en aquellos mercados crece la oferta de estuches de palillos, algunos muy sencillos y otros de rebuscada decoración, que las damas cargan en sus carteras y los ejecutivos en sus maletines para su uso cotidiano.
Se trata de un progreso, pero insuficiente, que lleva a organizaciones como Greenpeace a promover campañas como la emprendida por estudiantes universitarios que elevaron cuatro árboles, cada uno de cinco metros de alto, con 82 mil pares de palillos recuperados de la basura en los restaurantes pekineses, y recogieron las firmas de millares de personas en un documento de concientización del problema.
Hace cinco años, China creó un impuesto a los palillos de madera, más de dos mil restaurants en la capital y en Guangzhou los han suprimido ya y una página en la Internet informa de los lugares donde se utilizan los palillos reutilizables; pero Japón, que está orgulloso del que el 70% de sus bosques está protegido, prefiere importarlos de países vecinos, como Vietnam, Rusia e Indonesia, y, por eso, en San Francisco, la artista Donna Keiko Ozawa, ha utilizado 170 mil piezas desechadas, para elaborar esculturas abstractas y llamar la atención al procedimiento de los restaurantes nipones, en una curiosa paradoja para un país que es famoso por la obsesión del reciclaje.
La transición es un proceso con sus propios riesgos, advierte Greenpeace, porque en China los controles de calidad son más bien aleatorios y, sobre todo en las fábricas más pequeñas, se ha detectado componentes como la parafina, de elevado nivel cancerígeno, y el peróxido de hidrógeno que es fatal para el sistema digestivo, sin hablar del daño que causan al ambiente cuando son arrojados al basurero.
Gabriel Rumor, corresponsal en el extranjero
Toscana, enero 2012.
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