Buenas noticias para el riñón
Opacada por la feroz pandemia que agobia al planeta, ha pasado la información de los avances en el tratamiento de los trastornos renales -más letales que la tuberculosis o el SIDA- gracias a riñones artificiales y kits de diálisis miniaturizados que podrían salvar millones de vidas y reducir la factura anual que, sólo en los Estados Unidos, supera los 35 millardos de dólares.
NATURE reporta que si bien los equipos de purificación sanguínea han cambiado poco en el último medio siglo, un vasto universo de médicos, bioingenieros y empresarios desafía ahora enormes retos de carácter técnico y legal en el diseño de pequeños aparatos portátiles a cargarse atados a la cintura y riñones artificiales de implantación quirúrgica, gracias al partenariado Kidney entre la Administración estadounidense y la Sociedad Americana de Nefrología que aspira reunir 250 millones de dólares en los próximos cinco años .
Las versiones portátiles, que podrían estar pronto en el mercado, exigirán componentes miniaturizados y una sustancial reducción del agua para su funcionamiento, sobre todo en regiones del mundo donde escasea el líquido con suficiente pureza, para alivio de esas pequeñas y nobles piezas de nuestro organismo que filtran alrededor de 140 litros de sangre y nos permiten expulsar hasta dos litros de impurezas en la orina…¡cada día de los setenta, ochenta o cien años de nuestra vida!.
Una tarea ciclópea e incluso heroica, que muchas veces discurre a pesar de nuestros excesos y maltratos y suele alterarse por una variedad de condiciones médicas como la diabetes, la obesidad y la hipertensión, obligando a someterse al tratamiento clínico de la hemiodiálisis, que requiere extenuantes sesiones en el hospital varias veces por semana y demanda ingentes volúmenes de agua.
Y, sobre todo, que es costosísimo para el enfermo y los servicios sanitarios seguridad, aunque de alto beneficio para los fabricantes del instrumental necesario, que han hecho siempre cuanto han podido contra la búsqueda de alternativas menos onerosas, más livianas y con menor cantidad de agua absolutamente pura para su funcionamiento.
En Seattle, prosigue NATURE, se desarrolla una técnica donde apenas 750 mililitros de solución acuosa están contenidos en un cartucho que mediante luz convierte cada día hasta quince gramos de urea -toxina clave de la diàlisis- en nitrógeno y dióxido de carbono, susceptibles de reciclaje con un equipo que pesa ahora menos de nueve kilogramos.
Mientras tanto, un grupo formado por la Fundación Holandesa del Riñón, la firma suiza Debiotech en Laussane y aseguradores sin propósito de lucro, trabaja en un equipo que pesa unos diez kilos y requiere sólo seis litros de solución con un material absorbente que succiona las toxinas, y la compañía AWAK de Singapur está probando un modelo de menos de tres kilos basado en la técnica de la diálisis peritoneal, que envía la solución a través de un catéter a la cavidad abdominal, donde el peritoneo filtra todas las toxinas de la sangre y las expulsa en una bolsa ajustable al cuerpo.
Es algo, sin embargo, cuyo precio queda fuera del alcance de algunas regiones del planeta y el George Institute for Global Health en Camperdown, Australia, abrió en 2015 un concurso para buscar la alternativa, que fue un kit de sólo tres kilos, del ingeniero irlandés Vincent Garvey, con bolsas estériles que contienen una mezcla seca de dextrosa y sal, activada con el agua de un destilador del tamaño de una lonchera escolar.
En Camperdown se hallan ahora la fase experimental que debería concluir hacia fines del próximo año, mientras investigadores de la Universidad de California de San Francisco y la Universidad Vanderbille de Nashville, Tennessee, han preferido enfocarse en la producción de un riñón artificial que reemplazaría el dañado en un paciente.
Por ahora en experimentación con cerdos, el órgano funcionaría a base de una bomba ligada a varias arterias claves y movida por la presión sanguínea. Con dos partes: un sistema de filtraje de sangre, hecho de membranas de silicona de poros a escala nanométrica, y un módulo de recalibraje a base de células tubulares de riñones humanos desechados para rebalancear los componentes sanguíneos.
Es un implante con elementos biológicos y de ingeniería casi insolubles, según algunos expertos que sugieren concentrase, más bien, en el desarrollo de células-madre para regenerar el propio riñón enfermo y prolongar su vida útil.
Pero, en definitiva, es tal la complejidad de ese órgano y tan difícil recrear su sofisticación que tal vez el camino más recomendable sería aunar esfuerzos de ingeniería y biología con el suficiente respaldo financiero; una coalición internacional, en suma, para acelerar el momento liberador con que sueñan los martirizados pacientes que en todo el mundo, según estimaciones, deberían rondar los seis millones al horizonte del año 2030.
Varsovia, marzo 2020
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