Animales del Zoo de Moscú víctimas de la bestialidad
MIRAMUNDO por Gabriel Rumor, Corresponsal Internacional
No es un episodio tan espeluznante como el bombardeo nazi en Underground, el film de Emil Kusturica, que libera a las fieras despavoridas por las calles de Belgrado, pero el Washington Post informa que las bestias del zoológico de Moscú comienzan ya a sufrir los efectos de la guerra comercial emprendida entre Rusia y la Unión Europea por la crisis ucraniana.
Vale decir que están pagando el pato, encerradas como se hallan, sin arte ni parte en un conflicto que ni les va ni les viene; víctimas, en suma, de la bestialidad humana, porque el embargo impuesto por el presidente Putin a la importación de productos alimenticios en represalia de las sanciones acordadas por Bruselas, comienza a golpear a los seis mil huéspedes del parque, acostumbrados a una dieta que ya envidiarían los ciudadanos de la capital moscovita.
Y es que las jirafas se alimentan con manzanas de Polonia, los leones marinos se regodean con frutti-di-mare de Noruega, las grullas rechazan lo que no sean arenques lituanos y los orangutanes esperan con ansiedad su diaria ingesta de pimentones holandeses.
Son productos que ahora se descomponen en la frontera por el ukase del presidente ruso.
Anna Kachurovskaya, portavoz del parque, señala que los animales desprecian la comida nacional y lamenta los aprietos a que los someten unos hábitos tan exquisitos, porque es difícil sustituir el aprovisionamiento regular y es inevitable el aumento de los gastos de mantenimiento.
Porque la comida de los leones marinos habrá que traerla de Islandia y si bien hay abundancia de manzanas en la vastedad del país, la ineficiencia en los circuitos distributivos hace más barato traerlas de la Polonia vecina; sin hablar de cuánto incrementará el presupuesto el acarreo desde Egipto o Turquía de los vegetales que, hasta ahora, llegaban, fresquecitos, de Francia o Alemania; o el pescado, que deberá importarse de la Argentina.
Sin hablar de los gorilas, macacos y orangutanes que, reconoce con resignación la señora Kachurovskaya, estaban muy mal acostumbrados y, mientras sigan tronando en Ucrania los cañones de la intemperancia, deberán adaptarse a un menú tan humilde como el que les permitió sobrevivir, alguna vez, en sus selvas originarias.
Varsovia, agosto 2014.
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