Al rescate de la naturaleza
Mientras el crimen deviene herramienta habitual de los depredadores amazónicos, el Arco Minero venezolano continúa degradándose con la bendición del régimen; arden los bosques de Portugal rutinariamente, como cada año, y la guerra en Ucrania deja en segundo plano las metas que protegerían al planeta de la catástrofe ambiental, se busca con ansiedad alguna señal positiva. Aunque sea de alcance limitado. Para alentar la esperanza de que el planeta tiene, todavía, algún porvenir.
¡Y se encuentran!
Por ejemplo, en el proyecto de la Gran Barrera Verde que la Unión Africana lanzó hace quince años para combatir la desertificación en una franja de ocho mil kilómetros entre Senegal y Djibouti, restaurando cien millones de hectáreas para eliminar 250 millones de toneladas de dióxido de carbono y crear diez millones de empleos.
A fin de alcanzar la meta fijada en 2030 habrá que acelerar los trabajos que permanecen por debajo de lo pautado, incrementar el financiamiento del cual sólo se han obtenido poco más de la mitad del presupuesto de 30 millardos de dólares, y poner énfasis en una mayor transparencia administrativa y en el aspecto social, a fin de que la enorme cantidad de árboles plantados se traduzca en beneficios para las gentes más vulnerables, en particular las mujeres que deberían participar más intensamente en las tareas gerenciales.
Mientras tanto, en las Islas Galápagos, el actor Leonardo DiCaprio se ha embarcado en un proyecto de restauración de la fauna, en colaboración con los pobladores nativos, en una labor que el GUARDIAN londinense llega a calificar de revolucionaria
En una de ellas, Floreana, se afanan para eliminar ratas y otras especies invasoras y restituir otras, actualmente extintas, como la tortuga gigante, que transformarían el ecosistema insular y el océano circundante, brindando resiliencia climática, protección de sus suministros de agua y alimentos, la preservación cultural de la comunidad local y la explotación del turismo.
Es una experiencia extensiva a otros archipiélagos del Continente, desde México hasta Chile, en el marco de una estrategia global de salvagización que reintroduce al llamado demonio de Tasmania en Australia como regenerador del ecosistema y reductor de la intensidad de los incendios forestales; de los jaguares que revigorizan la actividad turística en las llanuras de Iberá, al noreste de Argentina, igual que los corales de la isla Lombok en Indonesia y reverdecen las islas caribeñas, ahora desérticas, para mitigar el impacto de las temperaturas caniculares.
En China, comienza a percibirse el efecto positivo de las inversiones de bajas emisiones de carbono en el desarrollo económico.
Según el diario China Daily, se está en vías de una profunda revolución industrial con objetivos de mediano y largo plan a partir del correcto balance de diversas políticas en desarrollo económico, seguridad energética, protección ambiental y estabilidad climática.
Durante el Plan Quinquenal 2021-25, las inversiones ascenderán a la cifra astronómica de 6.87 millardos de dólares en los campos de mejoramiento digital y eco-transformación de industrias tradicionales, urbanismo verde y de bajo consumo de carbón y la actualización de los sistemas de energía.
Prioritario será privilegiar los combustibles no-fósiles, congelando como tope el nivel record de 2013 mientras se planifica eficazmente la transición hacia las fuentes eólicas y solares, sobre todo en sectores como el transporte, la electricidad y la construcción.
Y, finalmente, Japón reporta la conclusión de las pruebas de Kairu, un colosal prototipo de 330 toneladas que convertirá las corrientes oceánicas en el litoral sudoccidental del país en un suministro prácticamente inagotable de electricidad.
Una vez anclado en el fondo del mar, el aparato podrá orientarse para, literalmente, domar las corrientes más intensas hacia generadores igualmente monumentales que aliviarán de manera notable la dependencia de combustibles importados que se agudizó en este decenio tras la catástrofe nuclear de Fukushima, en un país montañoso con reducida superficie para instalaciones eólicas o paneles solares.
Los industriosos nipones aprovecharán así la llamada corriente de Kuroshio, capaz de producir hasta los 205 gigavatios de electricidad que exige actualmente el coloso económico asiático, con instalaciones a 50 metros bajo la superficie para sortear las dificultades técnicas derivadas de las tumultuosas corrientes que frenaban hasta ahora la total utilización de la fuente quizás infinita de energía que constituyen los océanos del planeta.
Varsovia, julio de 2022.
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