Al árbol, solícito amor
Para superar la desesperanza que suscitan las informaciones cotidianas, es recomendable buscar noticias que reconforten, aparte de tantos detalles negativos, y estímulos a fin de no cejar en un combate ambientalista que no es una esprintada olímpica sino una carrera de largo aliento
Destacando, por ejemplo, la lucha de los ciudadanos de la Columbia Británica por la salvaguarda de sus bosques ancestrales contra la administración que hace el gobierno de esa provincia canadiense de sus recursos forestales, más interesado en proteger una piedra angular de su economía que genera ingresos de 1.3 millardos de dólares y emplea más de 50 mil personas.
Porque no es sencillo armonizar el respeto hacia los colosos milenarios con la industria forestal, en la raíz de los enfrentamientos entre militantes ecologistas y la Policía Montada en la cuenca de Fairy Creek.
Son ejemplares de alto precio porque sirven para producir muebles finos e instrumentos musicales, y de ñapa los bosques viejos pueden producir mucha más madera por hectárea y los de segunda generación no alcanzan todavía la edad de su explotación y por eso grupos como la Ancient Forest Alliance, el Wilderness Committee y el Sierra Club BC insurgen contra la desaparición casi total de un patrimonio que difícilmente podrá recuperarse, forzando a las autoridades a instrumentar algunas de sus recomendaciones, aunque a un ritmo que se estima tímido e insuficiente.
También enfrentan ese problema al otro lado de la frontera, en el vecino Oregón, con el proyecto de la Facultad Forestal de la Universidad estatal de parcelar 33 mil hectáreas en una cuarentena de secciones donde científicos ensayarán diversas estrategias de gerencia forestal en colaboración con ambientalistas, cazadores, madereros y miembros de las tribus locales.
Una vez más se trata del dilema de industria vs una riqueza natural invalorable, que la iniciativa intentará resolver, dejando intacto más del 40% del bosque que ha venido regenerándose espontáneamente después que ardió hace siglo y medio, sometiendo lo restante a una variedad de experimentos cuyo impacto se evaluará conforme criterios como la biodiversidad, la pureza de los torrentes y los niveles de carbón.
Iniciativas, que parecen atender, finalmente, el reclamo sarcástico del biólogo y naturalista británico E.O.Wilson, de que “destruir los bosques por un beneficio económico equivale a quemar una pintura del Renacimiento para cocinar una almuerzo”.
Cerca de allí, en las montañas de Santa Cruz, California, el Big Basin Redwoods, el más antiguo parque estatal, de 1.800 hectáreas con árboles que datan de veinte siglos, se recupera a un ritmo fenomenal del incendio que lo devastó hace diez meses, mientras los pájaros carpinteros parecen anunciar un nuevo capítulo de su historia, para contento de las salamandras que emergen de sus escondrijos subterráneos y de algunos ejemplares emblemáticos, como el famosísimo Auto Tree, de más de 1.500 años, que fueron ya rescatados.
Será diferente, sin embargo, por las nuevas estructuras reemplazantes del que el fuego arrasó, porque hubo que reconstruir 128 kilómetros de nuevos senderos y considerar las variaciones que introduce el cambio climático mediante lo que su curadora califica como un proceso de planificación muy robusto para superar las fallas que, justamente, propiciaron que la destrucción fuese casi total y hacer del nuevo parque algo tan pionero como fue el antiguo al inaugurarse en 1902
El parque estatal Big Basin Redwoods. Foto Gabrielle Canon, The Guardian.
Finalmente, en Ginebra, Suiza, dos proyectos basados en el método del botánico japonés Akira Miyawaki serán lanzados el próximo otoño.
Son microbosques urbanos de 400 metros cuadrados cada uno, informa la Tribune de Geneve, que imita las características de un bosque virgen plantando de modo muy estrecho árboles de numerosas esencias autóctonas, permitiendo en un tiempo relativamente breve bosques ricos en biodiversidad y más resistentes a las enfermedades, los animales depredadores y el calentamiento climático.
Auténticas barreras acústicas e islotes de frescura citadinos que poseen, y no se trata de un beneficio secundario, una dimensión participativa, porque son las comunidades de vecinos quienes asumen las tareas de siembra y mantenimiento, reforzando así los vínculos sociales.
Varsovia, junio 2021.
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