Abonemos nuestro cuerpo
por Gabriel Rumor, Corresponsal Internacional.
A las dos opciones tradicionales -el sepelio o la cremación- que tenemos al momento de pasar al más allá, se propone ahora una adicional, más práctica y ecológica, de convertir en composta la inmensa masa humana que halla con creciente dificultad en nuestras congestionadas megalópolis el sitio para el reposo eterno .
El Guardian londinense informa del Urban Death Project que Katrina Spade, una joven arquitecta de Seattle experimenta en los terrenos que la Estación de Investigación de Osteología Forense del Departamento de Antropología de la Universidad de Carolina Occidental mantiene en las montañas Blue Ridge, a partir de la premisa de que el manejo que hacemos de nuestros cuerpos es anticuado y contradictorio con las exigencias del mundo actual.
En apoyo de su idea, Katrina esgrime cifras impactantes de los enormes recursos que en los Estados Unidos se dilapidan año tras año en el negocio de las inhumaciones: más de 30 millones de tablones de madera, 1.6 millones de toneladas de concreto, 750 mil galones de fluidos para embalsamar; y 90 mil toneladas de acero, que bastarían para construir un nuevo Golden Gate en San Francisco.
Y no es que la cremación sea una alternativa menos ruinosa porque, a pesar de los filtros, la mayoría de los hornos consumen 28 galones de gas en cada operación y no logran suprimir las emisiones de hollín, dióxido de carbono y restos de mercurio.
En total, se estima que 246.240 t0neladas de dióxido de carbono se expanden por la atmósfera cada año en la tarea de eliminar casi un millón de cadáveres estadounidenses; equivalente a la contaminación que producen 41 mil automóviles, para producir vastas cantidades de cenizas carentes de nutrientes y, de ñapa, de engorroso manejo, por la reglamentación en vigencia y el elevado costo de los servicios que una sola empresa ejerce dentro de condiciones casi monopólicas.
Katrina quiere modificar este panorama, induciendo a sus compatriotas a convertir sus restos en composta humana, en una instalación especial donde serán colocados por los familiares después de la ceremonia fúnebre, cubiertos con trozos de madera y otros materiales como aserrín y alfalfa para acelerar su transformación en abono a la vuelta de pocas semanas.
Es un proceso idéntico al que se emplea desde hace mucho tiempo en las granjas con los animales que mueren antes de ser sacrificados, y que es común en culturas como la tibetana, y, por supuesto, como los seres humanos son algo más que ganado, resta aún mucho tiempo de experimentación antes de que los primeras instalaciones piloto entren en funcionamiento y logren vencer las barreras culturales que, lógicamente, se alzan contra esta novedad.
En resumen, la joven arquitecta imagina un futuro cuando los deudos regresarán a sus casas para fertilizar árboles sembrados en honor del difunto y abonar sus jardines o los parques públicos donde los seres queridos corrieron alguna vez o disfrutaron su picnic dominical y cuenta con el financiamiento de donantes y el apoyo de jardineros, ambientalistas, gentes no-religiosas para quienes la naturaleza es lo más próximo que imaginan de la espiritualidad y de muchas personas inconformes con la idea de que sus cuerpos desaparezcan sin utilidad alguna.
Caracas, marzo 2015.
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