A flote gracias a sus mujeres…
En tiempos del Covid-19, las asociaciones de esposas de pescadores en Oregon y Massachusetts han devenido la columna vertebral de sus comunidades, desde que brotes virales registrados en plantas procesadoras anclaron en tierra, literalmente, a los cangrejeros de Newport y Gloucester, informa el GUARDIAN londinense.
Cuando la pasada primavera confrontó a los faenadores de la Pacific Seafood de Newport, Oregon, con sus stocks sin compradores por el cierre de restaurantes, sus mujeres se movilizaron para suplir comida para adultos, infantes y mascotas, tarjetas de combustible y máscaras, guantes y dinero a las familias afectadas por la pandemia; en un lapso que sorprendió por lo veloz únicamente a quienes desconocen la tradición de medio siglo de solidaridad de una comunidad femenina habituada a batallar en tierra firme durante las larguísimas temporadas de sus maridos en alta mar.
Son grupos de ayuda mutua, apoyo social y acción política, que atienden asuntos administrativos, se ocupan de las familias, pelean por o contra la legislación ambiental y, en general, se mantienen en pie de lucha contra una burocracia que no siempre comprende el esfuerzo denodado de los pescadores que para ganar la subsistencia arriesgan la vida año tras año, y lidera, felizmente a veces, campañas como la de 2014 contra el propósito de remover la base de helicópteros de emergencia que la Guardia Costera mantenía en Newport.
Y lo triste de la historia es que eso que califican los sociólogos de “subsidio informal” pasa usualmente inadvertido al momento de reconocer el trabajo administrativo y familiar femenino, en un ambiente que conserva los estigmas del machismo de los emigrantes italianos y portugueses que dieron pie a la actividad en el siglo pasado, y soslaya la dificultad que entraña para la industria pesquera, ya golpeada por el cambio climático, la contracción económica derivada del coronavirus.
La Asociación de Esposas de Pescadores de Gloucester, fundada en 1969, ha cumplido un importante papel político sobre todo desde que, poco tiempo después, la extensión a 200 millas de la zona económica exclusiva acordada por las Naciones Unidas, incrementó formidablemente sus beneficios.
A fines de los 80 logró una moratoria de diez años en las actividades petroleras en el litoral del Pacífico, en 1993 negoció con grupos ecologistas para preservar derechos de pesca en un santuario crucial para los pescadores de Massachusetts, después inspiraron una campaña para diversificar el consumo de comida marina y se han opuesto a la instalación de turbinas eólicas que, según denuncian, afecta el volumen de capturas.
Como capitana en tierra, se define la lideresa del grupo, Adriana Sanfilippo, inmigrante siciliana, para asegurar que los botes que regresan en la noche puedan reemprender sus labores la siguiente madrugada y ahora, cuando la pandemia ha golpeado, se dedica a la gestión de los beneficios del desempleo y a lidiar con el papeleo para que las ayudas federales lleguen cabalmente a sus hogares.
En resumen, las asociaciones van ganando espacio en la exigencia del reconocimiento que amerita su trabajo, convirtiéndose casi en figuras icónicas, relegando al pasado el menosprecio hacia su actitud combatiente, fundamental para la vida económica y la estructura social en estos tiempos de incertidumbre.
Varsovia, marzo 2021.
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