La ballena de Wellfleet en EcoPoesía
Aprovechando que el 19 de febrero se celebró el Día Mundial de las Ballenas, les presentamos este extenso y maravilloso poema del escritor estadounidense Stanley Kunitz, que nos acerca al dolor y a la vez a la belleza de este mamífero de gran utilidad para el planeta, ancestral y gigante criatura que surca los mares, amenazada y perseguida por el ansia depredadora de los humanos.
Dediquen un tiempo a la lectura de este nostálgico poema y honremos con él la majestuosa presencia de las ballenas en la naturaleza, su canto melodioso y único y su transitar por la historia de la humanidad dejando sentir cuánto le debemos como especie.
La ballena de Wellfleet
Hace algunos veranos, en Cape Cod, una ballena encalló en la playa, una ballena “Fin”’ de diecinueve metros. Cuando retrocedió la marea, me acerqué a verla. Estaba tendida, en su desolación monstruosa, emitiendo sonidos aterradores, gimiendo roncamente, gruñendo. Coloqué mis manos en sus costados y pude sentir la vida que había en su interior. Y estando allí, de pie junto a ella, vi que su ojo se abría súbitamente. Un ojo grande, rojo y frío, que me miraba directamente. Hubo entre los dos un escalofrío de reconocimiento. Luego el ojo se cerró para siempre. He estado pensando en ballenas desde entonces.
Entrada del diario
1.
También tienes tu idioma,
inquietante popurrí de chasquidos
ululatos y trinos,
llamados de ubicación y de amor,
silbidos y gruñidos. Ocasionalmente,
es el ruido de muebles destrozándose,
o el crujir de una puerta enmohecida,
sonidos que se derriten, todos, en una líquida
canción de infinitas variaciones,
como para compensar
la vasta soledad de los mares.
Una voz inmaterial irrumpe a veces,
como de lejanos arrecifes,
y escucharla es casi intolerable
con su ancho lamento enlutado,
su tristeza sin nombre, que a la vez excede
y no alcanza lo humano. Su rumor
se arrastra en el oído como
un disco deteniéndose.
2.
No hubo viento. Ni olas. Ni nubes.
Sólo el murmullo de la marea,
retirándose, acariciando la orilla,
una perezosa corriente de gaviotas en lo alto,
y puntos mínimos de luz
burbujeando en el canal.
Fue en el confín del verano.
Te deslizaste desde la boca del puerto
hasta donde pudimos verte,
destellando la noticia de tu advenimiento,
cortando la superficie diamantina
con el creciente de tu aleta dorsal.
Aplaudimos tal esplendor
cuando hizo erupción la negra barrica
de tu cabeza, embistiendo las aguas,
y floreciste para nosotros
en la alta fuente de tu respiración.
3.
Toda la tarde nadaste,
incansable, contornando la bahía,
con tan plácido movimiento,
los leves giros de tu aleta caudal,
y la tenue ondulación de las dorsales,
hacían pensar en una cosa vertida,
y no guiada; en el feliz matrimonio
de la gracia y el vigor
Y cuando elevaste tu salto por los aires,
batiendo las aletas ,
sentimos el placer de contemplar
la pura encarnación de la energía
en la nobleza de la forma.
Parecías no querer que te viésemos
con empatía, ni amor,
ni comprensión,
sino con asombro y sobrecogimiento.
Esa noche te contemplamos
nadando bajo la luna.
Tu espalda era de un gris fundido.
Adivinábamos tu paso silencioso
por la fosforescencia de su estela.
Al amanecer te hallamos varado entre las rocas.
4.
Un muchacho se acercó y luego un hombre
y aún llegaron otros corriendo, y dos
niñas de colegio, con trajes amarillos
y un ama de casa acicalada
con sus rollos, y familias completas en vehículos
de playa, con un surtido de perros aullando.
La marea se había apartado completamente.
Era posible rodearte a pie,
mientras tus pesados suspiros te hundían en el bajo,
clavado por tu propio peso,
colapsado en ti mismo,
tus aletas estremeciéndose
en temblores, tu espiráculo
burbujeando espasmódicamente, rugiendo.
En la fosa abierta de tu boca
se descubrían las barbas alambradas,
un penacho de cerdas como cuernos.
Cuando el Encargado de Mamíferos
llegó desde Boston
para tomar unas muestras de tu sangre
ya rezumabas por debajo.
Alguien había tallado sus iniciales
en tu flanco. Los buscadores de souvenirs
habían arrancado tiras de tu piel,
membrana delgadas como el papel.
Estabas ampollado y herido por el sol.
Las gaviotas te habían estado picoteando.
El ruido que hiciste fue un balido irregular y ronco.
¿Qué nos atrajo, como un imán, hacia tu muerte?
Creaste un vínculo entre nosotros,
centinelas de la guardia nocturna,
que te rodeamos en círculo,
embriagados a la luz de la hoguera.
Cuando llegaba el alba compartimos
contigo la hora de tu desolación,
la pasión tenaz y gigantesca
de tu clamor de ultramundo,
mientras echabas tu cabeza ciega
hacia nosotros y abrías laboriosamente
un ojo inyectado de sangre, brillante,
en el que nadamos con pavor y reconocimiento.
5.
Viajante, jefe del mundo pelágico,
trajiste contigo el mito
de un país lejano, recordado apenas,
en el que reptiles voladores
atravesaban el vapor de los fangos
y los lagartos del trueno con sus trompetas
se regodeaban en los cañaverales.
Mientras sobre la tierra se erigían y desplomaban imperios,
tu patria, que dio pecho al mar abierto,
se meció al ritmo consolador
de las mareas. ¿Quiénes, de nuestros ancestros, fueron los primeros
en hundirse dentro de aquellos coloreados crepúsculos
para escudriñar el fondo de la oscuridad?
Te extendías por el camino del Atlántico del Norte
desde Puerto España hasta la Bahía de Baffin
bordeando los témpanos de hielo
atravesando el grosor estival,
golpeando el agua con tu cola[1], elevándote en el aire,[2] voceando, [3]
pastando en las dehesas del mar
un plancton anaranjado, rico en krilles[4]
y crujiente de vida.
Descendiste por la plataforma continental
guiado por el sol y las estrellas
y el sabor de los sedimentos aluviales
en tu camino hacia el sur
hacia las temperadas lagunas,
el trópico del deseo,
donde los amantes yacen vientre a vientre
en la sensual refriega de su deporte;
y te diste la vuelta, como un dios exiliado,
apartado del ancho elemento primigenio,
cedido a la misericordia del tiempo.
Maestro de las rutas de las ballenas,
permite que las alas blancas de las gaviotas
extiendan su manto sobre tu cuerpo.
Te has convertido en nuestro semejante,
desgraciado y mortal.
[1] lob-tailing: sacar y golpear la cola contra el agua
[2] breaching: dar saltos en el aire, con el cuerpo completamente fuera del agua.
[3] sounding: la ballena exhibe su cola o aleta caudal y emite un sonido al golpear el agua que forma parte de su sistema de comunicaciones no vocales.
[4] krill: Banco de crustáceos planctónicos semejantes al camarón, que constituye el alimento principal de las ballenas.
Traducción: Rossana Plessmann
Estanley Kunitz.
Estados Unidos. (1905- 2006).
Profesor, Periodista y Editor. Premio Pulitzer, 1959. Premio Bollingen de Poesía, 1987. Medalla Nacional de las Artes y Premio Nacional del Libro, 1995. Reconocido como “Poeta Laureado.” Fue un entusiasta formador de jóvenes poetas. Fue pacifista y hay en su canto, cálidas tonalidades ecológicas.
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