Ecología en alerta ante Trump II
A la luz de la advertencia proverbial de que segundas partes nunca son buenas -pese al ejemplo en contrario de las aventuras del Quijote o las secuelas del Padrino- se impone la prudencia ante el rumbo que la nueva Administración estadounidense impondrá a la agenda ambientalista.
En particular por el mediocre balance que el reelecto presidente Donald Trump dejó a su paso anterior por la Casa Blanca.
Se llegó entonces a silenciar las advertencias de agencias oficiales tan autorizadas como el U.S Geological Survey sobre el impacto negativo billonario que el cambio climático planteaba a la economía de California – la quinta en importancia del planeta- por la elevación del nivel oceánico, y ejecutivos de poderosos consorcios energéticos ejercieron funciones de responsabilidad en el control ambiental en un evidente conflicto de intereses.
En lo que voceros académicos calificaron de insultante despilfarro presupuestario, se engavetaron valiosos informes recogidos en medio siglo por los observatorios del sistema satelital Landsat desde Boston a Hawaii y se especuló que el señor David Bernhardt, Secretario del Interior y antiguo lobbysta de la industria había bloqueado la difusión de un estudio sobre los riesgos de los pesticidas para las especies animales en peligro.
Sin olvidar, por supuesto, la guinda del pastel: el abandono de los Estados Unidos de las negociaciones globales sobre asuntos ambientales cuando más se precisaba de su liderazgo.
Analistas favorables a Trump, como Edward Luttwak, apuestan ahora a que la comprensión de aquellos errores y un mejor conocimiento del tinglado internacional cimentarán una presidencia más exitosa, con vastas implicaciones culturales, porque sabría a quién nombrar y cómo operar en las capitales extranjeras y la agenda doméstica que abarca todo desde tarifas hasta manufacturas, debería ahora progresar más exitosamente bajo un presidente más sabio y veterano.
En la otra orilla, opositores liberales como Guy Sorman buscan refugio en la tradición nacional, relativizando el impacto de un tsunami electoral que pareciera, en cambio, augurar un liderazgo autoritario y hasta dictatorial; y no sólo el primer día, a confesión del propio interesado.
Trump, afirma Sorman, es la imagen de un giro conservador similar al que en su día significó Ronald Reagan porque estas elecciones no han sido las últimas antes de que el país se hunda en el fascismo y a la vuelta de sólo dos años, los estadounidenses renovarán el Capitolio y dentro de cuatro el presidente se habrá ido.
Y, desde luego, citando a Karl Popper, porque “la virtud y la paradoja de la democracia es que no siempre permite elegir al mejor candidato pero sí promete su destitución en una fecha fija, conocida de antemano y sin recurrir a la guillotina ni a la guerra civil”.
En resumen, Sorman rechaza la dramatización mediática, porque casi ningún jefe de Estado y de gobierno lleva a la práctica su programa, obligado a correr tras los hechos que se les imponen, y los Estados Unidos seguirá siendo la potencia económica, científica y militar dominante durante los próximos cuatro años, el complejo militaro-industrial de Washington seguirá siendo el amo del mundo, mejor que si lo fuera Pekín o Moscú, y Trump podrá atribuirse el mérito, aunque no tenga nada que ver.
Es quizás un análisis demasiado optimista, ante la avasallante acumulación del poder en manos de un personaje venático y por añadidura anciano, rodeado de una variopinta galaxia de familiares y colaboradores con sus propios objetivos particulares, para enfrentar un panorama internacional digno de estadistas de relevancia, y sobre todo de un ambiente que exige respuestas, con terquedad y urgencia.
Hetlingen, noviembre de 2024.
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