Los hongos, únicos vencedores
Después de dos semanas de farragosas discusiones, saturado el corazón con la belleza de las mujeres caleñas y a reventar los equipajes con botellas del capitoso ron Viejo de Caldas, los 15 mil delegados de 190 países a la Conferencia de las Naciones Unidas para la Biodiversidad – COP16- han comenzado a despedirse de Colombia.
Para retornar a sus hogares, con la satisfacción de la misión cumplida a pesar del magro resultado de otro capítulo de la novedosa diplomacia ambiental. Hasta la siguiente reunión, prevista en la república caucásica de Armenia, para ascender el monte Ararat, visitar la casa natal de Aznavour, comer el lavash, el pan tradicional ennoblecido por la UNESCO, y escanciar el brandy local que nunca faltaba en los banquetes de la nomenclatura soviética.
Una cumbre más, amenizada por un murciélago trasnochado que evolucionó para solaz de los conferencistas, y a suficiente distancia del horror que mientras tanto sufrían los ciudadanos de Valencia, para no alterar más allá de lo habitual los interminables debates técnicos y semánticos con el ejemplo adicional del desmadre ecológico que pareciéramos haber incorporado a la cotidianidad.
Una “gota fría”, diez veces más fuerte que las habituales en el otoño mediterráneo, a sumarse al balance fatal del huracán Helena en la costa suroriental de los Estados Unidos y de la tempestad Boris en los países del Centro de Europa.
Por motivos históricos naturales, sí, desde luego, pero acrecentados por el efecto de implantaciones humanas cada vez más masivas y perjudiciales.
En Cali, de nuevo, se alertó del inminente colapso de las poblaciones animales y se evocó la monumental cifra de 700 millardos de dólares anuales como herramienta indispensable para restaurar el ambiente y la urgencia de planes concretos, que muy contados países signatarios han oficializado, pese al compromiso que asumieron en la anterior conferencia de Montreal, en 2022.
En balance, aunque por obvias razones la noticia les deje indiferentes, quizás sean los hongos uno de los escasos protagonistas satisfechos con las conversaciones colombianas.
Y es que una iniciativa de los gobiernos británico y chileno solicitó elevar su estatus al de reino vegetal independiente, “a fin de promover su protección y adoptar medidas concretas para mantener sus beneficios a los ecosistemas y la gente en el contexto de la triple crisis ambiental”.
Con el apoyo del GUARDIAN londinense, se puso énfasis en el rol crucial de estos discretos seres en la rehabilitación de los suelos, al absorber parte de las emisiones de combustibles fósiles y atacar los efectos de plásticos y químicos contaminantes.
Los hongos serían “el firmamento de la vida en la Tierra, que ecosistematiza los sistemas”, esenciales para el pan, los quesos, el vino, la cerveza y los derivados de la soya, de quienes dependemos para la producción, el sabor y la preservación de comidas y medicinas y al que haríamos justicia como ingenieros invisibles que subrayan la capacidad regenerativa del mundo viviente.
Finalmente, por presión del gobierno anfitrión, se introdujo en Cali el factor social, insistiendo en el protagonismo de las comunidades indígenas, campesinas y afro-descendientes, víctimas de la depredación, sobre todo en la Amazonia, con la creación del llamado Grupo de los Nueve países de la cuenca del gran río.
Que quizás sea redundante, porque bastaría con activar el Pacto Amazónico que, hace ya medio siglo, establecía competencias y obligaciones ambientales a sus estados miembros.
Hetlingen, noviembre de 2024.
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