Ida Tarbell: Una periodista combativa
Es extraño que la industria cinematográfica, ávida como Dalí de temas para engordar sus ingresos, jamás le hincara el diente a un personaje como Ida Tarbell, la primera gran periodista estadounidense, hija de uno de los tantos soñadores arruinados en su competencia con la Standard Oil de New Jersey en el último cuarto del siglo XIX, que entabló una pelea sin cuartel con el poderoso John D. Rockefeller hasta quebrar su imperio petrolero.
Desde luego, la cruzada individual de esta mujer antipática, de elevada estatura y muy pocas pulgas, no hubiera prosperado sin un ambiente social y político propicio para su denuncia mediática, porque desde el mismo comienzo las actividades de Rockefeller dieron pie al surgimiento de un auténtico Frankenstein que, mediante las maniobras más implacables, extendió su influencia y se erigió en una temida institución ante la cual parecían caber la resignación y el vasallaje. Sólo que, como suele suceder, con el temor se incubó el rechazo ante aquel hombre imperturbable, de fríos ojos de batracio, genial en la logística y despiadado en sus maniobras comerciales.
Fue nada menos que Mark Twain quien puso a la señora Tarbell en contacto con uno de los directores principales de la empresa, que accedió a una relación profesional no se sabe si por desavenencias con Rockefeller o porque, según confesó, la terquedad de la periodista culminaría de cualquier manera por escribir la proyectada biografía sobre la Standard y era preferible tener alguna posibilidad de influir en su contenido.
Y así se inició en 1902 una serie de veinticuatro reportajes mensuales en la revista Mc Clure, que cayeron como una bomba en una colectividad aterrada por la prepotencia de Rockefeller, y fueron recogidos un par de años después en el libro The History of Standard Oil Company, que incluía juicios tan devastadores como éste: “El señor Rockefeller ha jugado sistemáticamente con dados cargados y es dudoso que alguna vez desde 1872 actuase honradamente frente a algún competidor”.
El nivel de las revelaciones estimuló todavía más a los numerosísimos enemigos de Rockefeller, que, por cierto, había dejado la presidencia del grupo. Como el presidente Teddy Roosevelt, quien captó el filón político de la pelea y la asumió con la vehemencia que acostumbraba poner en todas sus acciones, hasta que en 1909, alejado ya de Washington, tuvo la satisfacción de que la Corte Suprema de Justicia ordenase el desmembramiento de la Standard en lo que derivarían las famosas transnacionales Exxon, Mobil, Amoco, Chevron y Sohio.
En fin de cuentas, paradójicamente, al deshacer los controles monopólicos que la Standard imponía a la industria petrolera en expansión, Ida Tarbell aguijoneó el avance capitalista de los Estados Unidos y como Daniel Yergin indica en su estupendo libro El Premio, fue el propio Rockefeller uno de los principales beneficiarios, porque las acciones que conservó de las nuevas compañías se valorizaron a ritmo acelerado y muy pronto su fortuna se multiplicó hasta alcanzar el equivalente de muchos millardos de nuestros días.
Por su lado, Ida Tarbell mantuvo hasta 1906 su relación con la revista McClure mientras colaboraba en American Magazine, donde tenía participación accionaria, ganándose la vida como conferencista y escribiendo biografías -de Lincoln y Napoleón entre otros- de notable éxito comercial.
Después, en ambas guerras mundiales, actuó como miembro de varios comités gubernamentales en temas de defensa, industria y desempleo; publicó en 1939 su autobiografía y murió en 1944, a los 87 años, siempre soltera, independiente y combativa.
Varsovia, junio de 2024.
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