Genes zombies
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The Scientist ha publicado un tema muy a propósito para estas fechas de Halloween y calaveritas azucaradas: por qué algunos genes no perecen con nuestra muerte física y continúan funcionando horas e incluso días después del fatídico salto a la eternidad.
Son los llamados genes zombies que la científica forense Gulnaz Javan estudia desde hace diez años en la Universidad de Alabama, Birmingham, a partir de la constatación de que el oxígeno condiciona el principio y el fin de la vida y los embriones de mamíferos comienzan sumergidos en un ambiente hipóxico antes de que el sistema cardiovascular y la placenta se hayan desarrollado.
Actúa entonces con intensidad el blastocito – las células madre embrionarias- para compensar el bajo nivel de oxígeno en esos albores maravillosos de la existencia. Hasta introducirse en el útero, donde el flujo de sangre materna fuerza la diferenciación de los órganos y los tejidos y somete a los genes a una cuenta regresiva mientras merma su utilidad y el nuevo ser comienza a delinear rasgos que los modernísimos ecosonogramas revelan ahora en full color.
Esto es importante cuando la vida se extingue, señala la doctora Javan, porque si bien se detiene la mayor parte de la actividad genética, ciertos genes zombies despiertan entonces, a veces días después. Como si se rebelaran de la prolongada ociosidad a que fueron obligados durante la vida del organismo. Y con ellos se activan otros, vinculados con mecanismos como el stress celular, las inflamaciones, la inmunidad y el cáncer, sin que hasta ahora sepamos con certeza la causa de tal resurrección.
Las células se rehúsan a morir porque la supervivencia está programada en su composición molecular y luchan para provocar una regulación positiva de las vías de desarrollo, que la doctora Javan ha bautizado como tanatotranscriptoma, por ejemplo en el examen post-mortem de tejidos hepáticos, y su colega Peter Noble descubrió inesperadamente en genes de peces cebra y ratones, que se reactivaron hasta dos días después de la muerte y fueron clasificados según su funcionalidad.
Se trata desde luego de un hallazgo notable aunque a veces fuera motivo de burla, hasta revelarse sus aplicaciones prácticas en la medicina forense y la criminalística como instrumento para predecir el intervalo post-mortem, y orientación a fin de tomar más en cuenta el riesgo de los órganos trasplantados de cadáveres, que contienen una carga cancerígena superior a la de los seres vivientes.
Y a eso se aboca ahora la doctora Javan, estudiando más profundamente la descomposición de la próstata y el hígado, que permanecen intactos por más tiempo después del fallecimiento. Que serviría de biomarcador para reforzar la compatibilidad entre donantes y receptores, reduciendo la tasa de rechazo y, naturalmente, la incidencia de desenlaces fatales.
Las perspectivas de su exitosa aplicación práctica sirven de estímulo a la investigadora, cuya producción científica incluye numerosos títulos sobre un tema que, por obvias razones, preferimos soslayar, porque está convencida de que los genes zombíes encierran las claves moleculares de procesos fundamentales del cuerpo humano; las mismas que encendieron su curiosidad desde las aulas universitarias.
Varsovia, noviembre de 2023
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