Un árbol milenario ha caído
Miramundo por Gabriel Rumor
Varsovia, mayo 2013.
No muchos habrían sabido del roble de Pontfadog, en Gales, de no ser porque el árbol de 1200 años sucumbió hace pocos días bajo los embates de una fuerte ventisca.
Quien suscribe confiesa también que ignoraba la existencia del árbol más viejo de la provincia británica y uno de los más antiguos de toda Europa -cuyo tronco colosal de 20 metros de diámetro fue medido en 1881- hasta que el derrumbe de esta reliquia medieval ameritó un amplio reportaje en el Observer londinense y el peregrinaje de una multitud para rendirle el tributo final.
Porque el viejo roble había acompañado a cuarenta generaciones y sirvió de refugio a los niños que se cobijaban bajo su follaje, especialmente en la festividad de pascua, cuando solían buscar los huevos escondidos a sus pies, y sirvió a la comunidad, que con las ramas construyeron sus casas y encendieron sus fogones.
El roble de Pontfadog no tenía nada que envidiar a los árboles surgidos de la imaginación de Enid Blyton o las aventuras de Harry Potter, porque ingresó a la historia desde que el rey Henry II lo preservó de la devastación del bosque de Ceiriog en 1165 y era conseja popular que un príncipe galés reunió allí a sus fieles antes de enfrentar y derrotar a las tropas de Inglaterra.
Y, sin embargo, su celebridad no rebasó jamás los límites locales ni los vecinos le adjudicaron la importancia que hubiera permitido, quizás, salvarlo, porque hace apenas un año los miembros de una organización ecologista visitaron en lugar y alertaron de su vulnerabilidad a los vendavales pero no lograron reunir el dinero necesario para erigir un muro protector.
También actuó en su contra el factor de que existen en todo el Reino Unido cuatro de cada cinco de los árboles más longevos de Europa, y que el roble de Pontfadog competía en ancianidad con otros 580 en la sola provincia de Gales y quinientos en el propio Londres, y que más de cien mil árboles están clasificados como “veteranos”, “notables” o “hereditarios” por su valor ecológico o cultural particular.
Un número que no cesa de aumentar gracias al trabajo de la legión de voluntarios que exploran los bosques y suman sus hallazgos a la lista de árboles venerables, en cuya defensa se alzan más y más voces de conservacionistas a quienes irrita la escasa atención que atraen esas auténticas maravillas naturales.
“Los árboles son más valiosos a medida que envejecen, como protectores de la vida silvestre, literalmente como reservas naturales a poca distancia de nuestras casas y cuando son removidos o fragmentados queda aislada y muere la ecología asociada”, afirma uno de ellos.
Por ahora, la comunidad no ha decidido qué hacer con los restos aunque no dudan en afirmar que allí se quedará, donde cayó, dando refugio a la vida salvaje por los próximos cien años, y les sirve de consuelo que el viejo roble dejase varios descendientes, en el Jardín Botánico de Gales y junto al hospital local de Pontfadog.
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