Los animales se rebelan
Es difícil imaginar hasta dónde llegará la estulticia del Brexit, que ahora amenaza con incinerar quince millones de abejas que un empresario de Canterbury intenta introducir al Reino Unido por la frontera con Irlanda del Norte.
El enjambre, destinado a contribuir a la polinización de cultivos propios y de vecinos en la región de Kent, es una víctima más del caos que suscita la ruptura de la Unión Europea, porque sólo abejas reinas tienen derecho a ingresar al país según la nueva normativa y se trata de ejemplares plebeyos los que arriban en esos paquetes valorados en 120 mil libras, procedentes de Italia.
Sin problemas ingresaron durante décadas, hasta tropezar con lo que el granjero denuncia, to hell with British flegma!, como una situación monumentalmente estúpida, que podría acarrearle penas judiciales aparte de llevar a la hoguera a las industriosas abejas que, como es natural, ignoran las reacciones de sus congéneres del mundo animal al incordio de nuestra civilización.
Por ejemplo, los recientes ataques de ardillas en cólera a residentes del barrio neoyorkino de Queens, a quienes hubo que administrar vacunas antirrábicas. Aparentemente injustificados, aunque es una conducta que podría provenir de animales enfermos o saturados de comida por los vecinos.
O la granja que ardió hace dos años en las cercanías de Leeds, al norte de Inglaterra, a resultas de la combustión generada por un podómetro conectado a uno de los cerdos, que tras engullirlo, lo excretó, voluntaria o deliberadamente, en el pajar.
PLANETA VITAL especuló que detrás del fenómeno podría estar la proverbial inteligencia de los porcinos, bichos curiosos e intuitivos con inteligencia superior a la de un niño de tres años, para quienes tendría que ser humillante cargar con un medidor de pasos para limitar una movilidad excesiva que llegase a reducir el peso del animal y, naturalmente, su valor en el mercado de la charcutería.
O, por fin, la extraordinaria invasión de millardos de cigarras que quince estados de los Estados Unidos, desde Nueva York a Georgia, esperan a mediados de mayo.
Algo debido a las altas temperaturas, que no sucede desde 2007 y embelesará la costa oriental del país con el arrullo hipnótico que, en otras regiones del hemisferio suelen anunciar el arribo de la temporada lluviosa.
Las autoridades, siempre obtusas, poco sensibles a la poesía de esas letanías que pueden superar los cien decibeles, advierten, en cambio, de los perjuicios que la ingesta de los animalitos podría acarrear en las mascotas domésticas, aunque personalidades científicas se maravillan de la oportunidad que significará disfrutar en su propio patio de un fenómeno insólito, único en el planeta.
Ejemplos, quizás, oportunos para animar a las abejas confinadas en los ghettos aduanales de Irlanda del Norte a rebelarse contra la idiotez de las autoridades de un Reino cada vez más necio y más desunido. Con una reacción digna de los pajarracos de Alfred Hitchcock.
Varsovia, febrero 2021.
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