EL CEREBRO SE DESNUDA
Un estudio del Instituto Italiano de Tecnología en Rovereto, publicado en la revista Neuroimage: Clinical, habría descubierto la cuna original de la esquizofrenia, abriendo el camino a terapias farmacológicas más eficientes.
Según La Repubblica romana, el hallazgo contradice la teoría hasta ahora más aceptada de que las alucinaciones y alteraciones perceptivas se originan en la corteza frontal, el área del cerebro que controla las funciones cognoscitivas más complejas como el lenguaje y la programación de acciones.
La esquizofrenia es una penosa enfermedad crónica, caracterizada por un alejamiento de la realidad cuando el paciente no puede distinguir entre las experiencias reales o imaginadas para pensar en modo lógico y desarrollar reacciones emocionales conformes a su contexto social.
Las causas no están claras todavía aunque se sabe que concurren factores muy diversos, incluyendo los ambientales, y la importancia de su terapia es evidente cuando se sabe que disminuye drásticamente la expectativa de vida, en diez y hasta 22 años, de 24 millones de personas que lo padecen a nivel mundial.
De las imágenes obtenidas mediante resonancia magnética en sendos grupos de 94 personas – sanas y enfermas- se deduce que el área de la corteza frontal no sufre alteraciones ya que éstas se refieren a la percepción inicial de la señal que repercute, alterándolas, en las funciones cognoscitivas superiores.
Mientras tanto, han sido sorprendentes los descubrimientos del Psychiatric Genomics Consortium sobre las causas genéticas que estarían vinculadas a la depresión mental.
Es sabido que todos encaramos un riesgo de uno a cuatro de padecer dicha dolencia en algún momento de nuestras vidas, que se incrementa sensiblemente si nuestros padres se vieron afectados por ella, y sin embargo no se ha determinado aún con exactitud si la causa es natural o de crianza y si es la genética o el ambiente lo que martiriza la existencia de innumerables grupos familiares.
En lo que va de siglo ha tenido lugar una sostenida investigación científica y, por eso el estudio publicado en la revista Nature Genetics es trascendental, según el Guardian, porque, por primera vez, profesionales del mundo entero, con el apoyo de las universidades de Cardiff y Edinburgh y el King College de Londres, lograron combinar data de ADN en volúmenes suficientes para identificar cuáles zonas del genoma están asociadas con un peligro incremental de la enfermedad.
Ahora sabemos que existen por lo menos 44 genes de los 20 mil que conforman el genoma humano, que contribuyen a la trasmisión del riesgo de una generación a la siguiente, aunque, desde luego, no es posible determinar, como sería nuestro sueño, uno solo en particular sobre el cual centrar toda la artillería terapéutica.
Es decir, que todos hemos heredado alguno de los genes depresivos y el chance de ser sus víctimas depende en parte de su cantidad y de su impacto acumulativo y, a medida que avance la investigación y muestras de ADN aún más amplias estén disponibles para el análisis, es de imaginar que el número de genes asociados con la depresión aumentará todavía más.
Y, aún más sorprendente, según el diario inglés, muchos de los genes depresivos juegan también un papel en las labores del sistema inmunológico, porque hay evidencia de que la inflamación con que éste enfrenta amenazas como las infecciones, puede causar depresión, y sabemos que el stress social puede incrementar la inflamación del organismo.
En definitiva, conocer los genes de la enfermedad tendría importantes implicaciones para su tratamiento, donde no ha habido mayores avances desde hace casi treinta años, aunque se trata de la principal causa de incapacidad a escala mundial.
Varsovia, julio 2018.
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